Benjamín Torres Uballe
Las probabilidades de que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) pierda las elecciones presidenciales del 2018 son cada vez más altas. El cúmulo de errores, abusos, corruptelas y complicidades no ha pasado en balde para la ciudadanía, que ya mostró su descontento en las sufragios del 5 de junio, al aplicar un voto de castigo contundente al instituto tricolor; ello le costó siete gubernaturas, entre ellas, Veracruz, Chihuahua y Quintana Roo, entidades donde hubo un vergonzoso e inmoral desvío de recursos.
A los escándalos de Javier Duarte de Ochoa, César Duarte y Roberto Borge se ha sumado el reciente de Tomás Yarrington Ruvalcaba; “casualmente” ninguno de ellos está en la cárcel. El fuerte aroma de la protección e impunidad priista es una sospecha generalizada entre la sociedad.
El sexenio del presidente Enrique Peña Nieto se ha caracterizado por señalamientos de corrupción entre distinguidos militantes del “nuevo” PRI, incluso en aquellos que fueron considerados como ejemplo de la nueva clase política por el mandatario y que hoy son prófugos de la justicia.
Desde luego que temas tan delicados como el de la Casa Blanca, Malinalco, el llamado caso Iguala, pasando por el de Lady Profeco, al igual que los abusos exhibidos públicamente de funcionarios priistas como el de David Korenfeld usando para asuntos personales un helicóptero de Conagua, o la generosa “liquidación” que Enrique Ochoa Reza —amigo del Presidente y flamante dirigente del PRI— obtuvo de la CFE cuando renunció, han incidido negativamente en el desempeño e imagen de la tarea desarrollada por la administración peñista.
Todo lo anterior es sólo una muestra de cómo se las gastan en el Revolucionario Institucional, ése que de nuevo nada tiene, donde campea el eterno “dedazo”, el infaltable amiguismo, donde se toleran las corruptelas de funcionarios y gobernadores y hasta se les defiende a ultranza. El PRI sigue siendo el mismo partido anquilosado, el de las viejas y perversas costumbres que hoy ya no le funcionan. Es un decrépito dinosaurio que se resiste a aceptar que México cambió, que es otro.
Con un partido desacreditado y un Presidente de la República con los niveles más bajos de aprobación a su desempeño, el PRI se encuentra en una posición crítica rumbo a las elecciones del 2018. Aunado al complicado entorno económico, político y social derivado del triunfo de Donald Trump, el panorama resulta nada halagüeño para que el tricolor retenga la Presidencia.
Quizás por eso es que el presidente Peña Nieto se olvidó de la “sana distancia” y abiertamente tomó el control de su partido mediante la imposición de sus incondicionales en la dirigencia y en el Consejo Político Nacional. “Soy un Presidente, y lo digo sin ambages, sin empacho, y ustedes los saben porque me lo han escuchado decir en más de una ocasión, soy un Presidente orgullosamente priista”, les reiteró este domingo a sus correligionarios en la sede de Insurgentes.
Recomponer el derruido estado en que se encuentra el prestigio del partido oficial parece una tarea imposible. Corrupción, tráfico de influencias, 55 millones de pobres, exiguo crecimiento económico, abusos, gobernadores adictos al saqueo del erario, inseguridad desbordada, un peso depreciado y un peligroso demagogo llamado DonaldTrump, conforman una rémora que se antoja insalvable si no existe un auténtico golpe de timón en Los Pinos e Insurgentes Centro.
“México es lo que es, en gran medida, gracias al PRI y a su legado institucional”, señaló el presidente Peña Nieto, a los asistentes a la instalación del VI Consejo Político Nacional. Y no podemos discrepar con el priista número uno del país, pues de acuerdo a ejemplos como los mencionados de Javier y César Duarte, del fugitivo Tomás Yarrington, de Andrés Granier, Mario Villanueva o de los cuestionados hermanitos Moreira, pareciera que dicho legado constitucional es el de la rampante corrupción entre los funcionarios y la alta burocracia.
Y por supuesto, también concordamos con el mexiquense en el sentido de que México es lo que es gracias al PRI, eso es incontrovertible, pues hoy uno de cada dos connacionales es pobre, también en el hecho de que tenemos un país sumamente endeudado (50% del PIB), así como ser una de las naciones más peligrosas del mundo. Sí, definitivamente, México es lo que es gracias al PRI, un país que no ha logrado salir del subdesarrollo, que es incapaz de generar los empleos suficientes y de calidad para que los mexicanos no se vean obligados a buscar empleos en Estados Unidos.
Una falsa retórica que tampoco ha cambiado en el Revolucionario Institucional, que se conjunta perfectamente con el acarreo, la cargada, con el ignominioso: “sí, señor Presidente, lo que usted ordene”. Hoy, el descrédito es irreversible y va en sentido opuesto por donde transita una sociedad más participativa, crítica y exigente que está harta de las pillerías del viejo dinosaurio.
En ese contexto, el PRI abrió desde hace tiempo las puertas a que otros partidos políticos —igual de lesivos, corruptos y voraces— puedan arribar a la silla presidencial. Ante la opinión pública, ello está a la vista. ¿Será que el PRI en realidad pronto cambiará de siglas a RIP?
@BTU15