La sola foto impresiona. Entonces fingían gustarse y ser amigos, muy juntos todos y llevados por una falsa camaradería que lucían a la perfección en las instantáneas. Hillary Clinton (69) pegada a Donald Trump (70) con su sonrisa más amplia y su marido al otro lado, tan cerca que alcanzaba a agarrar por el hombro al magnate mientras éste salía con la enésima ocurrencia ante la complacencia de su tercera mujer, Melania Trump (46). De esa foto hace tan sólo 11 años.
Después ya saben. Se pusieron a parir en los tres debates de turno para arañar votos de cara al 8 de noviembre y las cámaras captaron el gesto de Trump en el último encuentro, mezcla de burla y desprecio, cuando su rival hablaba con el público y en la grada observaban atentas las tres mujeres que llevó el republicano para escenificar los abusos del ex presidente Clinton. Un espectáculo bochornoso separado por una década de presunta amistad y caminos paralelos hacia la misma meta: poder y dinero.
Esa imagen, captada por un fotógrafo de Getty en la boda de Donald y Melania Trump en 2005, fue fruto de años de un acercamiento paulatino entre ambas partes. Trump ya tenía la confianza suficiente como para invitar a Clinton (70) y a su señora a su tercera boda, un despliegue de excesos propios del empresario de la construcción que celebró en enero de 2005 en su finca Mar-a-Lago, en Palm Beach, Florida. La confianza se la ganó a punta de campos de golf y de moverse en esferas parecidas a la de la entonces senadora por Nueva York.
De hecho, el empresario tenía claro que su puerta de acceso a la poderosa familia neoyorquina vendría por la afición del ex gobernador de Arkansas al golf, y por esas curiosas coincidencias de la vida, Trump ya tenía una propiedad en Westchester con sus 18 hoyos que había adquirido en los 90, aprovechando una oportunidad propicia: una ejecución hipotecaria sobre el terreno en cuestión. La localidad: la misma en la que se había instalado Hillary Clinton para conectar con los electores neoyorquinos, alejada del poder y el lujo de Manhattan.
Trump cerró el club de golf, lo remodeló de arriba a abajo y lo inauguró con su nombre -como no podía ser de otra forma-, el Trump National Golf Club en 2002, unas instalaciones situadas a pocos kilómetros de la residencia de los Clinton y perfecta para que ambos, el ex presidente y el magnate, pudieran confraternizar.
De todos aquellos encuentros aún quedaba una prueba que los Clinton se encargaron de borrar el pasado mes de junio. Según confirma el diario The New York Times, Clinton aún tenía una taquilla en el club de golf pocas semanas antesde que comenzara el intercambio de descalificaciones entre su mujer y el dueño de las instalaciones.
Lo curioso es que Trump, que nunca ha tenido pelos en la lengua, confesó que parte de su inversión e interés en remodelar el club tenía que ver con el ex mandatario. De ello dejó constancia un redactor de la cadena ESPN en un libro sobre los presidentes y el golf, First of the Tee. «Tiene mucho talento para el golf, pero realmente le gustan las segundas oportunidades», decía entonces el hombre de los casinos. «Si falla un golpe, quiere intentarlo de nuevo. Es como la vida».
Como en la época en que estaba tratando de ganarse al matrimonio Reagan,Trump atacó por todos los flancos para contar con el favor de los Clinton. Llegó incluso a donarles 100.000 dólares para su fundación, aireando a los cuatro vientos la contribución a la causa. No sólo en eso apoyó con fondos a su ahora rival a la Casa Blanca. También le donó dinero en seis ocasiones durante sus años como senador del estado de Nueva York, entre 2002 y 2009. Tampoco tuvo problema alguno en cambiar de partido cuando lo creyó conveniente. Hasta siete veces ha dado el salto, habiendo lucido los colores demócratas, republicanos e independientes.
Pero en este asunto también hubo cierta simbiosis. De acuerdo a lo publicado por The Washington Post, Bill Clinton tuvo una conversación con Trump animándole a que tuviera más peso en el partido republicano. Esa llamada telefónica tuvo lugar la pasada primavera, un mes después de que su mujer hubiera lanzado oficialmente su candidatura y semanas antes de que Trump tomara la misma determinación. Si tuvo algo o no que ver con esa jugada es algo que quizá no sabremos nunca.
Entonces existían frecuentes intercambios de agasajos por parte de los Clinton hacia el republicano del rostro anaranjado. Clinton llegó a admitir que Trump era «inusualmente agradable con Hillary» y después, en una entrevista con CNN, llegó a decir que le agradaba Trump. «Además me encanta jugar al golf con él», indicó.
En realidad, como le explicó a The New York Times Bernard Kerik, el ex comisionado de policía de Nueva York que acabó en la cárcel por fraude fiscal, «todos jugaban al mismo juego en la misma ciudad con la misma meta en mente», es decir, seguir la pista del dinero. «Mejora tus relaciones y construye tu negocio. Todo se trata de dinero y de llevar ventaja».
Aun así, no deja de sorprender el monumental cambio de decorado. Cuando le preguntaron a Trump en 2008 por el escándalo de Monica Lewinsky, dijo que había sido algo desproporcionado, «un asunto totalmente sin importancia por lo que trataron de destituirle, lo que no tenía ningún sentido». De hecho, aprovechó esa misma entrevista para cargar contra George W. Bush por la Guerra de Irak y pedir su destitución por «mentiroso». Lo que son las cosas.
Ahora, el pasado sexual de Clinton es la perfecta arma arrojadiza. «Si Hillary piensa que puede dar rienda suelta a su marido, con el pasado terrible que tiene de abuso de mujeres, y jugar conmigo la carta de las mujeres, está equivocada», escribió en su cuenta de Twitter.
Ha llegado incluso a llamar violador al ex presidente que fue su amigo. «Hillary está casada con un hombre que es el peor abusador de mujeres de la historia de la política», indicó Trump. «Está casada con un hombre que le ha hecho daño a muchas mujeres». Pero en el pasado, justificó sus actos, criticando tan sólo el pobre gusto de Clinton con sus amantes e indicando que, casi con seguridad, el público americano le hubiera perdonado si hubiera engañado a su mujer con «una mujer realmente bella y sofisticada».
Nada comparado con lo suyo, eso sí, como dejó entrever en otra de sus múltiples apariciones en televisión. Cuando le preguntaron si se veía metido en política, volvió a acordarse de Clinton. «¿Se imaginan lo controvertido que podría llegar a ser? Si hablan de él y las mujeres, ¿qué tal yo con las mujeres?»
En realidad sí existe un cierto paralelismo. Ambos coincidieron en Nueva York y usaron esas esferas de poder para mantenerse en lo más alto del escalafón. Hillary Clinton eligió el poderoso estado de la costa este para salir de Washington y dejar atrás el asunto de Lewinsky, mientras su marido trataba de reflotar su dañada reputación instalando sus oficinas en el corazón de Harlem, en la calle 125 de Manhattan.
Trump, por su parte, también estaba en pleno proceso de transformación, pasando del empresario de reputación dudosa abonado a las bancarrotas como vía de escape, a un inversor más conservador y personaje televisivo al mismo tiempo, dando lecciones morales, éticas y financieras en el programa The Apprentice.
Y al final se terminaron por encontrar, uno presumiendo de sus millones y los otros, los Clinton, tratando de ocultar el camino recorrido para construir una fortuna de 230 millones de dólares en 15 años después de haber estado nadando en deudas.
Hillary asistió feliz a la ceremonia de Trump y su mujer, una inmigrante de la antigua Yugoslavia que ahora quiere reivindicarse como una futura primera dama convencional, añorando la época de Ronald Reagan y el sueño americano. De hecho, se sentó en primera fila para ver el casamiento de su archirrival, un hombre al que ahora desprecia entre bastidores. Son cosas de la política, en cualquier caso. Como ya explicó Michael Cohen sobre el cambio radical en la relación entre ambos, entonces Trump «era un ciudadano privado que era amigable con los Clinton». Ahora el juego es muy distinto. Estamos en 2016 y es el candidato republicano a la presidencia».
Fuente: El Mundo