Benjamín Torres Uballe
Para Rosario…
Con cariño y solidaridad
Conocí a René Avilés Fabila en junio de 2012. Nos reunimos para comer en El Cardenal, situado en la calle de Palma, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Fue por intermediación de la periodista Guillermina Gómora, a la sazón subdirectora del periódico La Crónica de Hoy, donde René escribía su exitosa columna tres veces por semana.
Yo había seguido su trayectoria desde la época importante de Excélsior, cuando dirigió exitosamente la sección cultural denominada El Búho. Muchas veces consideré enviarle mis borradores de lo que escribía. Jamás me atreví. Luego vino el golpe a Excélsior y me olvidé de ese periódico, que hasta la fecha es una pálida sombra de lo trascendental que llegó a ser.
Durante años olvidé mis ansias literarias. Me dediqué a realizar algunos estudios de posgrado y al trabajo en la iniciativa privada. Pero la inquietud nunca termina por marcharse y, décadas después, retomé lo que verdaderamente me satisface: escribir.
Impulsado por una férrea mujer —la mía— publiqué Plural Vagabundo, y después Mara María, ambos contenían una serie de poemas y algunos cuentos breves. Ella los hizo llegar —sin que yo me enterara— al maestro Avilés para pedir su más que valiosa opinión.
Habían transcurrido unos tres meses. Durante la cena me dijo: “Ya está, mañana tienes una cita a las dos de la tarde para comer con el maestro Avilés en El Cardenal. Te va a dar su opinión sobre tus libros”. No pude dormir, fue una noche larga. Imaginé toda clase de escenarios. Desde el “dedícate a otra cosa”, pasando por “no están mal, pero… “. En fin, la zozobra me hizo pedazos.
Finalmente mi mujer decidió acompañarme a la reunión. Llegamos y ahí estaba puntual René, impecable, vestía un traje azul marino, camisa blanca y corbata oro. Tras los saludos, ordenamos los platillos y las bebidas. Él un whisky, yo un ron y Guille una coca con hielo. Lo primero que me pidió es que lo tuteara. Empezó la charla.
Definitivamente era un gran charlista, su enorme cultura embobaba a uno de inmediato. Le pregunté de su prolífica creación literaria, de sus maestros. El tiempo se hizo muy breve, hablamos de su mentor, Juan Rulfo, de su estadía en París, incluso de cuando le otorgaron el Premio Nacional de Periodismo.
Durante el café y el postre, sin rodeos me lo dijo, mientras yo sentía un vacío en el estómago: “Leí los dos libros. Me gustaron. Tienes condiciones, sabes hacerlo, aunque prefiero tus poemas. Es algo que yo jamás he podido escribir y admiro a quien lo hace, definitivamente eres un poeta”, señaló de forma muy amable. “Así que adelante”, agregó, y me sugirió leer a los clásicos, aclarando: “esos ya están más allá de toda crítica”. Aunque me sudaban las manos, me sentí muy contento.
A las pocas semanas me invitó a escribir en el portal de El Búho, lo cual no he dejado de hacer hasta la fecha. Entonces surgió una espontánea y sincera amistad con René y su esposa Rosario. Tuvimos la fortuna de asistir a celebrar su cumpleaños en la casa donde tiene establecida su fundación, en la colonia Narvarte. También cuando nos invitó a la ceremonia en Atlixco, donde le entregaron la Cédula de la Ciudad como testimonio de su brillante trayectoria literaria.
Pero también nos reunimos alguna ocasión en el Starbucks —café que no me gusta para nada— de Parque Alameda, simplemente a conversar, a platicar de literatura, de política, de comida, de lugares comunes que conocíamos, de lo que fuera… Sentarse a escuchar al escritor, académico, periodista e intelectual era sencillamente un agasajo, un grato momento de la vida.
En otra ocasión, Guille y yo invitamos a René y a Rosario a comer al bar El Sella, donde disfrutamos, por horas, de una de las mejores conversaciones con tan entrañables amigos.
Recuerdo con especial cariño la invitación que ellos nos hicieron cuando homenajearon a René en Bellas Artes y luego en petit comité nos fuimos a celebrar en un saloncito de la parte alta de Los Azulejos, en la calle de Madero.
Las anécdotas son interminables, me llevaría horas plasmarlas. Este domingo, cuando mi mujer me avisó del fallecimiento de René, un nudo en la garganta me silenció por unos instantes. Pensé en el dolor de nuestra querida Rosario, la hermosa chica que en la preparatoria —solía bromear René— le presentaban cada 20 minutos para que fuera su novia.
Hoy quiero abrazar amorosamente a Rosario, decirle que estamos con ella. Que podemos platicar cuando ella así lo quiera. Que en realidad René jamás se irá. Ahí está su obra, un legado que permanecerá. También los miles de alumnos que pasaron por sus clases y los lectores que se dieron el tiempo para leer sus artículos periodísticos.
Indudablemente el maestro Avilés Fabila dejará un hueco enorme en el ámbito de la literatura y en el periodismo de opinión. La política misma temblaba cuando el maestro señalaba la incapacidad de sus actores y sin tapujos denunciaba el constante daño al país.
Sus obras son testigo de que en él hubo un brillante y lúcido contestatario. No le importó que le llamarán La Onda al movimiento por el que fue reconocido –con otros grandes como Gustavo Sainz, Parménides García o José Agustín—. Simplemente se encargó de plasmar una de las muchas caras de México, un rostro que siempre exigió justicia y cultura para todos.
Hasta pronto, querido René. Nos veremos donde estés para seguir charlando y disfrutar de tu mente lúcida, excepcional sentido del humor, enorme cultura y, sobre todo, al gran ser humano.
@BTU15