La gratitud es una deferencia hacia los demás, pero además conviene practicarla por puro egoísmo, para sentirnos mejor con nosotros mismos.
Gracias puede ser una de las palabras que pronunciamos con más frecuencia a lo largo de la vida. Con suerte, también será una de las que escuchemos más veces. Tanto se usa que a menudo se recurre a ella como un acto reflejo, porque nos educaron desde niños para reconocer incluso las atenciones más pequeñas. Un dicho muy popular reza: «De bien nacido es ser agradecido», lo que a su vez implica que la ingratitud –o ser desagradecido– es uno de los peores insultos que pueden recibirse. Paradójicamente, cuesta menos dar las gracias ante favores sin importancia que cuando alguien hace por nosotros algo verdaderamente significativo; en esos casos es normal sentirse azorado y no encontrar las palabras adecuadas hacia la persona con la que hemos contraído una deuda importante.
La gratitud se ha puesto de moda en los últimos años como uno de los principales motores que impulsan el pensamiento positivo. Está muy presente en libros y cursos de autoayuda y coaching emocional. Sentirse agradecido, nos dicen, es bueno para la salud mental, e incluso también para la salud física. Pero mucho antes de que llegara esta corriente, el sentimiento ya estaba entre nosotros; no ha habido una sola civilización en la historia que no lo haya cultivado.
Hay mucho detrás de la gratitud. Un caso notable es el de Doug Conant: en 2001, este ejecutivo fue nombrado presidente y consejero delegado de la conocida empresa de sopas Campbell’s, que no pasaba por su mejor momento: además de haber perdido una gran cuota de mercado y con su valor en bolsa reducido a la mitad en tres años, el personal estaba desanimado y descontento. Para levantar el espíritu, Conant empezó una política de moralización: todos los días escribía notas para agradecer a algún empleado un trabajo bien hecho.
No se trataba de correos electrónicos, sino papeles escritos y firmados de su puño y letra. En total, calcula que redactó y envió más de 30.000 en los diez años que estuvo en la empresa; cualquier trabajador de cualquier parte del mundo, independientemente de su categoría, podía encontrarse con una nota de agradecimiento de su presidente. Bajo su liderazgo, Campbell’s recuperó terreno y beneficios, pero el epílogo llegó en 2009, cuando sufrió un gravísimo accidente de coche: empleados de todas las fábricas y oficinas inundaron su despacho con cartas y postales deseando su recuperación. El método de Conant figura en la web de la Harvard Business School, y su creador actualmente cuenta con su propia escuela de liderazgo, Conant Leadership; pero probablemente no esperaba una recompensa tan cercana como los buenos deseos de tantos empleados.
El profesor de Psicología Robert Emmons escribe que esta actitud «produce resultados positivos muy importantes: satisfacción, vitalidad, felicidad, autoestima, optimismo, esperanza, empatía y deseos de ofrecer apoyo emocional y tangible a otras personas». Lo ha probado el estudio Correlaciones neuronales de la gratitud, hecho en 2015 por el Departamento de Psicología de la Universidad del Sur de California y dirigido por Glenn Fox. Durante el mismo, indujeron este sentimiento en los participantes al tiempo que su actividad cerebral quedaba registrada en imágenes por resonancia magnética. Si la gratitud es percibida como una emoción moral, explicaban, entonces la experiencia debería asociarse con las zonas del cerebro relacionadas con el conocimiento moral. Pero, según los autores, las zonas que se activaban, “sobre todo las situadas en las regiones ventral y subgenual del córtex prefrontal medio, son las que se asocian normalmente con la recompensa social y los lazos interpersonales”. Había, pues, una relación entre el agradecimiento y el bienestar mental que provocan las emociones positivas.
Pero ¿y si todo fuera cosa del ADN? Que exista una predisposición genética hacia la gratitud ha sido una cuestión que ha permanecido mucho tiempo en el aire. En 2014, Sara Algoe, del Departamento de Psicología de la Universidad de Carolina del Norte, y Baldwin Way, investigador de medicina del comportamiento de la Universidad Estatal de Ohio, publicaron los resultados de su trabajo, que relaciona la producción de oxitocina –la hormona que influye en el comportamiento social– con la actividad de cierto gen. «Realizamos un estudio de ADN para probar la hipótesis de que las interacciones sociales que implican expresar agradecimiento estarían asociadas con las variaciones del gen CD38, que afecta a la secreción de oxitocina», cuentan en su artículo. Encontraron dos polimorfismos que afectaban a la expresión del citado gen y que, si por separado estaban asociados con el sentimiento de satisfacción, las emociones positivas y el compromiso social, su influencia combinada «se relaciona con una amplia gama de comportamientos y actitudes relacionados con la gratitud».
Fuente: Muy Interesante