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Bob Dylan y la congruencia

Publicado por
José Cárdenas

Andares Políticos

Benjamín Torres Uballe

 

 

 

La designación del cantante y compositor Bob Dylan como Premio Nobel de Literatura generó en nuestro país, al igual que en el resto del mundo, cierta controversia, especialmente en la esfera de la intelectualidad. Las razones tanto de los auténticos literatos como de los “desechables” fabricados en los foros televisivos parecen haber coincidido en esta ocasión: Dylan no era precisamente el mejor candidato para recibir el galardón de la Academia Sueca.

En mi generación crecimos escuchando a los Rolling Stones, los Beatles, los Doors y, por supuesto, al gran Bob Dylan, entre otros destacados referentes a que nos obligaba la rebeldía de nuestra juventud. Después de tantas décadas, la admiración y el gusto por la obra musical de Dylan permanecen intactos. Sin embargo, en el campo de la poesía, no obstante sus bien logradas composiciones, está distante del trabajo de los grandes poetas de nuestro continente, como un Pablo Neruda, Octavio Paz, Rubén Darío, Mario Benedetti, Nicanor Parra, Nicolás Guillén y Gabriela Mistral, entre otros.

Desde luego que no está a discusión el enorme talento del cantautor estadunidense, plasmado en las letras de sus canciones. Lo aportado a la  cultura de su país y los millones de fans en el planeta son un testimonio sólido de la calidad de su trabajo creativo durante todos estos años.

Quizá la controversia se origina cuando se voltea la mirada hacia el notable grupo de escritores cuyos incuestionables meritos parecen haber sido ignorados por el jurado del Nobel. Las conjeturas son inevitables: ¿motivos políticos?, ¿el delicado asunto de los refugiados en Europa?, ¿la ola de atentados en los países de la Comunidad Europea?, ¿la masacre en Siria?, ¿y hasta las elecciones en Estados Unidos donde el loco Trump pudiera llega a la Casa Blanca? ¿Algunos de esos motivos guiaron las manos en la Academia para asignar a un rebelde pacifista el Nobel de Literatura?

¿No era mejor, en todo caso, dada la influencia de Dylan en temas pacíficos, considerarlo para el Nobel de la Paz? Hoy, y luego del anuncio de la Academia, es el propio Robert Allen Zimmerman (su nombre real) quien con su silencio parece no estar deslumbrado con el nombramiento. Él sigue cantando y escribiendo canciones, es lo que mejor hace, por eso la gente lo escucha y lo seguirá, con o sin el Nobel.

Una vez más la Academia Sueca está en el ojo del huracán, como lo ha estado en diversas ocasiones desde el momento en que sistemáticamente se negó a otorgar el máximo premio de las letras al inmenso escritor argentino Jorge Luis Borges. Sí, la Academia está sujeta a la duda y al más severo escrutinio por los vergonzosos “olvidos” en que ha incurrido “voluntariamente” a través de su historia.

Y aquí la respuesta no está flotando en el viento, sino las directrices que parecen imponerle a quienes se encargan de realizar las designaciones de los premiados. Pretender colocar a Bob Dylan en una arena que si bien no le es ajena, lo coloca en desventaja ante los “especialistas” de la literatura mundial, exhibe al mismo tiempo la parcialidad y probable sumisión de los académicos suecos en los multicitados nombramientos.

Resulta plausible la sobriedad y congruencia de Bob Dylan al no seguir la parafernalia mediática tras darse a conocer su nombramiento. El silencio por el que ha optado demuestra que está más allá del bien y el mal, que no necesita de premios cuestionados para continuar expresando de forma espléndida su genialidad musical. En eso es grande, en ese trabajo es incontrovertible.

Mientras escribo esta columna disfruto de “Like a Rolling Stone”, una de mis ‘rolas’ favoritas de Bob Dylan y confirmo mi sentir: es una estrella de la música, de la élite, de los consentidos. Insisto: de la música. Intentar meterlo con calzador a la literatura es un despropósito mayúsculo.

ENRIQUE OCHOA REZA Y RICARDO ANAYA: EL CIRCO

En un auténtico chisme de lavadero se convirtió el intercambio de acusaciones entre el dirigente del PRI, Enrique Ochoa Reza, y Ricardo Anaya, del PAN, a causa del tema de los ex gobernadores Javier Duarte de Ochoa y Guillermo Padrés, ambos acusados de diversos delitos.

Ochoa y Anaya se reprochan mutuamente de encubrir al par de virreyes. Más descaro no es posible. El PRI solapó casi durante seis años las tropelías de Javier Duarte en Veracruz. Pero el PAN hizo lo mismo en Sonora, con el hoy prófugo Guillermo Padrés, en tanto duró su desastrosa gubernatura. Quitarles los derechos partidistas es una grotesca simulación.

El PRI y el PAN son igual de culpables por haber permitido la conducta ilícita de sus mandatarios, así que no pueden evadir su responsabilidad. Lo saben y también saben que habrán de pagar las facturas en el 2018.

@BTU15

 

 

 

 

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José Cárdenas