El rey Bhumibol de Tailandia, fallecido hoy con 88 años, se distinguía por varios motivos pero si algo le diferenciaba de otros monarcas es que no sonreía en público.
«El Rey nunca sonríe» es un libro publicado en 2006 en que el periodista Paul M.Handley recurrió a ese gesto adusto como hilo conductor para narrar la vida de quien, con 70 años en el trono, era el decano de los jefes de Estado y el soberano más rico del planeta.
Se trata de una biografía no autorizada en la que Handley apunta que esa actitud era la forma que Bhumibol empleaba para mostrar pese a su fortuna personal -cifrada en más de 30.000 millones de dólares- su desapego por los asuntos terrenales en sus apariciones públicas.
Ese comportamiento era más ceremonial que emocional, de acuerdo también con el abanico de aficiones mundanas de un monarca que, tanto en su juventud como en su edad adulta, practicó la fotografía, la música, el baile, la pintura, el deporte y la literatura.
Y que llegó a estrenar en 1950 una obra en Broadway, PeepShow, basada en sus composiciones de jazz, un género que le apasionaba.
La imperturbabilidad forma parte, no obstante, del ideal budista, que Bhumibol trató de cultivar con esmero ante sus súbditos.
Thonthong Chandransu, profesor de la Universidad Chulalongkorn y experto en la Casa Real, prefiere no participar en la controversia.
«No sé por qué no sonreía en público. Es algo que ignoro. Habría que habérselo preguntado a él», afirmó en declaraciones a Efe el académico, que tras pensárselo dos veces, agregó; «lo único que puedo asegurar es que era una persona muy filosófica».
«Fue muy serio en el trabajo, pero en privado claro que sonreía y disfrutaba mucho, sobre todo cuando tocaba el saxo, que era uno de sus pasatiempos favoritos», comentó el especialista.
Thongthong no descartó que la inexpresividad aparentemente ritual de Bhumibol respondiera a razones religiosas en un país donde la abrumadora mayoría de sus súbditos profesa el budismo y buena parte de ellos pensaba que su rey tenía naturaleza semi-divina.
Pero el experto recordó que esa tradición no es nueva sino que se remonta al antiguo reino de Sukhothai, que floreció en el siglo XII en el centro del país y fue el embrión del actual Estado tailandés.
«Desde entonces la gente piensa que los reyes de Tailandia son una encarnación de Brahma, Shiva y Vishnú», anotó el académico en alusión a la trinidad de la que emanan todos los dioses en el hinduismo, con notable influencia en el budismo local.
Esa tradición es fomentada en particular por la dinastía Chakri, que fue fundada a fines del siglo XVIII por un general y cuyos monarcas han adoptado el nombre real de Rama -en homenaje al hombre-dios de la mitología hindú-, entre ellos Bhumibol, el noveno del linaje.
Sustentado en un hábil manejo de los medios, ese fervor popular permitió a Bhumibol atemperar la polarización ideológica y recuperar el prestigio de la Corona, que se encontraba en sus horas más bajas desde la conocida como «Revolución de 1932», que había puesto fin a la monarquía absoluta y alumbrado la monarquía constitucional.
Aunque su papel en el sistema parlamentario se reducía a funciones de representación, el monarca fallecido no dudó en garantizar la estabilidad institucional y la continuidad monárquica con instrumentos que los observadores califican de «políticos».
Bhumibol se parapetó durante su reinado en la ley de lesa majestad, que contempla duras penas a quien injurie a la Casa Real.
Y en sus siete décadas de mandato se registraron una veintena de asonadas militares pero todas dirigidas contra gobiernos civiles y ninguna contra la Corona, que refrendó a continuación de manera puntual los regímenes castrenses que se han sucedido en Tailandia.
Lo singular del andamiaje basado en el binomio «Ejército-Corona» llevó a algunos miembros de la clase política local a acuñar el término Dharmacracia, o suerte de teocracia budista cuya denominación deriva de la palabra hindú de origen sánscrito dharma.
Según los orientalistas, el vocablo dharma es prácticamente intraducible pero de acuerdo con los profanos vendría a significar algo así como «el orden natural (o correcto) de las cosas».
Fuente: Crónica