En febrero de 2013, México entró de lleno en una Reforma Educativa. Esa Reforma cuestionada por sindicatos, asociaciones de bajo monto, coordinadora docente, periodistas carroñeros y difamadores profesionales logrará iluminar el horizonte del país a largo plazo.
Hace varios años vino a México, invitado por la Universidad Iberoamericana, Howard Gardner, investigador de la Universidad de Harvard, quien dirigió el proyecto Zero para promover el arte en la educación. Además es iniciador de “Goodwork”, un programa que estudia y promueve empresas, cuya excelencia está basada en la Ética. Su visita sirvió para presentar su libro “Las cinco mentes del futuro”, en el cual propone que las escuelas de todos niveles deben propiciar entre los pupilos cinco tipos de mente: disciplinada, sintética, creativa, respetuosa y ética.
Gardner es conocido fundamentalmente por su teoría de las inteligencias múltiples, que señala que no existe una inteligencia única en el ser humano, sino una diversidad de inteligencias que marcan las potencialidades y acentos significativos de cada individuo, trazados por las fortalezas y debilidades en toda una serie de escenarios de expansión de la inteligencia. Dice que cada persona tiene por lo menos ocho inteligencias, ocho habilidades cognoscitivas. Cada persona desarrolla unas más que otras. Diferentes culturas y segmentos de la sociedad ponen diferentes énfasis en ellas.
Explica Gardner: “…vivimos en una sociedad metalizada en la que toda clase de datos fluyen por el ciberespacio, desde campañas de odio hasta revoluciones sin sangre. La educación es un asunto de valores y objetivos humanos y paradójicamente educamos para el mundo del pasado, en lugar de enfrentar los posibles mundos del futuro. Sostiene que las cinco mentes deben estar contenidas en objetos educativos, “especialmente la mente ética, porque el conocimiento no nos convierte en seres morales”.
Me ha llamado mucho la atención la propuesta del investigador porque hace pocos años el Gobierno volvió a incluir, dentro de los planes de estudios de secundaria, las materias de ética y civismo, que dejaron de impartirse hace más de treinta años.
Quienes cursamos, hace varias décadas, la segunda enseñanza, recordamos nuestras clases de civismo: El Hombre y la Sociedad, en primer año; El Hombre y la Economía, en segundo; y El Hombre y el Derecho en tercero. Recuerdo claramente los libros de los maestros Felipe López Rosado y Benito Solís Luna, que eran y son verdaderos programas y adiestramientos para comprender primero el entorno en el cual vivíamos: la sociedad, formada por la familia, la escuela, la ciudad, la patria, la urbanidad, la moral, y las formas sociales comprendidas en el Estado y el Gobierno, y nuestra manera de comportarnos en sociedad, siempre respetando a nuestros semejantes y acercándonos a quienes requerían nuestro apoyo y auxilio; segundo la economía, que era el conocimiento de cómo deberíamos administrar los haberes y deberes de nuestra casa; tercero el derecho, que nos enseñaba de manera incipiente lo que eran las leyes y reglamentos que deberíamos cumplir, respetar y hacer respetar. En la introducción del libro de segundo año de secundaria del maestro Benito Solís Luna, dice textualmente: “Se tiene la certeza de que cuando un alumno termine los tres cursos habrá adquirido el mínimo de cultura social, económica y jurídica que lo convertirá en buen ciudadano, elevada categoría sobre la cual ha de cimentarse la grandeza de la República”.
Por supuesto que eran principios éticos de rectitud, respeto, responsabilidad, cortesía, tolerancia, urbanidad, mesura. Estos sustantivos por supuesto que son desconocidos por la mayoría de las nuevas generaciones; por supuesto que la falta de ellos son la causa de la pérdida de valores, de la desintegración temprana de las familias, de la corrupción extendida a todos los ámbitos de la sociedad.
No tengo ni la más remota idea de quién fue el inepto secretario de Educación Pública que eliminó estas asignaturas. Pero debo decir que sea bienvenida la inclusión de la ética y el civismo de nuevo en las escuelas. Habrá que esperar unos treinta años para saber si la semilla germinará. ¿Qué vergüenza, verdad?