Los homenajes al desaparecido jefe del Estado, de 78 años, que falleció ayer viernes tras sufrir un accidente cerebrovascular masivo, comenzaron esta mañana en Taskent, donde miles de personas salieron a la calles de la capital para despedir el féretro en su camino al aeropuerto para salir rumbo a Samarkanda.
Mujeres con lágrimas en los ojos arrojaban flores al paso de cortejo fúnebre, como se pudo apreciar en las imágenes difundidas por las televisión uzbeka y los numerosos vídeos publicados en las redes sociales por vecinos de Taskent.
Iguales escenas se observaron en Samarkanda, la capital del imperio de Tamerlán, en el recorrido desde el aeropuerto hasta la célebre plaza Regidán, donde se celebró la ceremonia.
«Nuestro pueblo y Uzbekistán han sufrido una pérdida irreparable. La muerte, inmisericorde, ha arrebatado de entre nuestra filas al fundador del Estado de Uzbekistán», dijo el primer ministro uzbeko, Shavkat Mirziyóyev, señalado como el gran favorito para suceder a Karímov al frente del país, con 30 millones de habitantes.
El jefe del Gobierno destacó que Karímov era «un líder que sabía tomar decisiones sabias y justas», que «se hacía eco de las preocupaciones y anhelos de la gente» y que dio «ejemplos de valor» en la lucha por conservar la independencia de Uzbekistán ante ataques de terrorista y extremistas.
El desaparecido mandatario, un hombre de hierro que ganó en 2015 sus cuartas elecciones presidenciales con más del 90 por ciento de los votos, como en las anteriores ocasiones, hizo de la lucha contra el integrismo islámico su bandera y, en aras de ese objetivo, aplastó a la oposición.
«Esa gente debe recibir un disparo en la sien. Si es necesario, les dispararé yo mismo. Estoy dispuesto a arrancar la cabeza de 200 personas, sacrificar sus vidas, para garantizar la paz en el país», llegó a decir Karímov en una intervención ante el Parlamento tras un atentado cometido hace años por integristas en Taskent.
Según la ONG Human Rights Watch, Karímov «deja un legado de represión política y religiosa» tras 27 años en el poder y señaló que «su muerte representa una oportunidad para que los gobiernos afectados hagan presión por derechos humanos concretos y reformas democráticas».
Para muchos en Moscú, el carácter represor del régimen de Karímov no era obstáculo para considerarlo un gran baluarte contra la penetración del extremismo islámico y el yihadismo en el espacio postsoviético de Asia Central.
Debido a su recargada agenda internacional, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, no pudo asistir a la exequias de Karímov, pero envió en su representación al primer ministro, Dmitri Medvédev.
El jefe del Gobierno ruso afirmó que en la plaza Regidán de Samarkanda que Rusia y Uzbekistán continuarán desarrollando sus relaciones de aliados, «en cumplimiento del legado del primer presidente uzbeko».
Según el parte médico oficial, Karímov falleció ayer a las 20.55 hora local (15.55 GMT), treinta minutos después de sufrir una parada cardíaca.
Karímov había sido hospitalizado la mañana del 27 de agosto en una unidad de cuidados intensivos debido a un derrame cerebral.
«Desde un comienzo el paciente estaba en estado de coma atónico», se consigna en el parte, que señala que los esfuerzos de médicos por reanimar a Karímov tras la parada cardiaca fueron inútiles.
El secretismo del Gobierno sobre el estado de salud de Karimóv, de cuyo estado crítico informó sólo horas antes de su deceso, desató numerosas conjeturas.
Algunos medio digitales llegaron a publicar que el presidente uzbeko llevaba muerto varios días.
Las autoridades uzbekas decretaron a partir de hoy tres días de duelo nacional por el fallecimiento de su líder.
Según la Constitución, el presidente del Senado, Nigmatilla Yuldáshev, ejercerá la presidencia del país en funciones hasta la toma de posesión del nuevo jefe del Estado, que debe ser elegido en un plazo máximo de tres meses.
Fuente: Crónica