Funeral cantado a todo pulmón; homenaje sentido de todo corazón…
La lluvia y el frío no han impedido el desfile incesante de decenas de miles de personas frente a la urna que contiene las cenizas de Juan Gabriel para declararle amor eterno… hasta que el cuerpo aguante.
El Palacio de Bellas Artes –máxima catedral de nuestra cultura– ha sido escenario del mayor homenaje a un ídolo popular tatuado a fuego en el alma mexicana, ahí donde Juan Gabriel consagró dos veces su grandeza.
Ni los funerales de Cantinflas o García Márquez fueron tan concurridos. Esta vez será la primera en que los restos de una figura artística estén presentes en Bellas Artes durante dos días seguidos; las mariposas amarillas hoy son velas y flores como lágrimas rojas…
En la explanada del coloso de mármol, frente al pórtico principal, fue colocado un gran escenario para que cantantes y mariachis regalaran al pueblo respeto y memoria a Juan Gabriel, rezando con devoción lo mejor de su vasto repertorio.
Poco importa debatir a estas alturas las dotes literarias de Juanga con sus endecasílabos fáciles y el desapego al canon erudito; la importancia de uno de los más grandes ídolos de la música mexicana desafía a la academia. El lugar de Juan Gabriel en el imaginario colectivo no está anclado en las letras mayores sino en un mar de pasiones sin barreras.
Ahí, en la forma de decir lo que se siente nace la devoción a una figura cercana al mito. Ahí radica la paciencia de miles y miles que esperaron nueve días con sus noches la llegada de los últimos restos de un autor que subyugó a hombres y mujeres, más allá de la homofobia, prejuicios salvajes, estigmas y machismo exacerbado… él sabía de esas tristezas.
Juan Gabriel es candidato natural a la Rotonda de las Personas Ilustres, reconoce el Secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa; no se debe escatimar el mérito… todo llegará a su tiempo.
Nada importa la discreción de la familia, el misterio que aun ronda sus últimas horas, y las decisiones que llevaron al ocultamiento del funeral íntimo, la cremación del cadáver y el último viaje de Los Ángeles a Miami, El Paso, Ciudad Juárez y la Ciudad de México; eso queda en anécdota.
En este momento nacional complejo, convulso y espinoso, el tributo a Juan Gabriel revela que aún queda espacio para honrar a quien del pueblo vino y se fue con él… para volverse inolvidable.
EL MONJE ANACRÓNICO: A Nicolás Alvarado Vale no le vale; acepta su culpa, aunque Juanga le venga guango. El pecado no es lo dicho sino lo inoportuno del momento al llamarlo letrista torpe y chambón, de sintaxis forzada, prosodia torturada y un estilo oscilante entre lo absurdo y el lugar común; decir todo eso cuando el país lloraba fue imprudente y cruel; no se vale que Alvarado Vale haya tratado con ironía socarrona a un personaje en estado mítico. Nicolás pagó la osadía con su renuncia a TV UNAM, más que por haber cometido acoso, hostilidad y represalias contra la planta laboral para favorecer a sus allegados, como denuncia el Colectivo de Trabajadores de la institución académica.