(Primera de cuatro partes)
1968 fue un año crucial para el mundo. Fue el año de la Primavera de Praga y de los tanques soviéticos en los linderos de la plaza Wenceslao. Los estudiantes levantaban barricadas en las calles de París y las brigadas rojas sacudían Europa con la repudiada filosofía del terrorismo.
Los campos estudiantiles de California testimoniaban la barbarie de las fuerzas del orden mientras que el filósofo alemán Herbert Marcuse y el educador canadiense Marshall McLuhan seducían a las masas consumistas con los artificios del universo geométrico de la comunicación.
México también fue alcanzado por la cola del dragón, precisamente cuando organizaba –con el respaldo de la comunidad internacional y en medio de incontables sacrificios económicos- los Juegos de la XIX Olimpiada, llamada –insólitamente– la Olimpiada de la Paz.
Sin embargo, paros y huelgas constantes, dislocación del orden estudiantil y un ambiente que presagiaba la escalada sin retorno de la violencia, amenazaban seriamente la vida nacional y parecían nulificar los esfuerzos encaminados al cumplimiento del más grande compromiso de nuestro país en el ámbito mundial.
Intereses ajenos -¿quiénes y porqué?- se encargaban de desacreditar a México.
Los medios de comunicación, particularmente algunas agencias informativas y revistas especializadas de origen europeo, distorsionaban los hechos hasta la exageración o le abonaban un significado opuesto a la realidad. Se pretendía lograr –con la mentira repetida– el desprestigio y la condena, el rechazo y la desconfianza para México.
En esos momentos de negros vaticinios –julio-agosto de 1968– nació la agencia noticiosa e informativa Notimex. Tenía, como objetivo central definido por el gobierno, reparar el daño, desmentir los infundios, la maledicencia, la intriga mezquina. Todo en medio de una lucha desigual y contra el tiempo.
Enrique Herrera, Jesús Terán, Rolando Ortega y yo habíamos egresado en 1962 de la Escuela (aun no Facultad) de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Compartíamos la ideología de nuestros queridos maestros universitarios; nos desempeñábamos en la Oficina de Comunicación Social de la Secretaría de Gobernación, que dirigía el diligente licenciado Enrique Ábrego.
Un día recibimos el llamado del secretario de Gobernación, y escuchamos sus palabras: “Muchachos, el gobierno mexicano va a tener su agencia de noticias. Elijan un local por Insurgentes Sur, y les enviaré el mobiliario (…) Ah!…se llamará Notimex, y tendrá como lema ‘Imagen de México en el Mundo’”.
En aquellos días los cuatro estábamos interesados en fundar una Escuela Preparatoria particular. Ya teníamos ubicado y comprometido el local, precisamente en la avenida Insurgentes. Se encontraba a una cuadra de una famosa casa de modas que se llamaba Angelita, y a dos cuadras del Parque Hundido; excelente ubicación. Cada uno había entregado su parte proporcional de los primeros seis meses de renta, y se llamaría “Preparatoria de los Insurgentes”. Sugestivo y propicio nombre.
Vino la disyuntiva: “¿Seguimos con la Prepa o nos vamos a Notimex?”. Pensamos en dividirnos, unos aquí, otros allá. Pero era muchísimo más interesante participar en un referente nacionalista, el prurito de la comunicación, ser parte del México vivo, crear una Agencia de Noticias del gobierno mexicano.
Con un lema propicio “Imagen de México en el mundo”, una pandilla de desesperados –como nos calificara con acierto el genial Abel Quezada– iniciamos la tarea. Enrique Herrera Bruquetas, director General; Jesús Terán Pérez Vargas, director de Información; Rolando Ortega Calderón, director Administrativo; y yo, como director de Redacción.
Nos encontramos de pronto frente a un teletipo desvencijado y un radio de onda corta que había pasado sus mejores días durante la Segunda Guerra Mundial. Teníamos, por lo menos, la posibilidad de recibir información confiable de Jiji Press y Kyodo, de Japón; Tanjug, de Yugoslavia; DPA, desde Alemania; Novosti, de la Unión Soviética; Xinhua, de China, entre otras agencias prestigiosas.
En pocos días recibimos de la compañía P.M. Steele de Julio Hirschfeld escritorios, sillas, sillones, canceles, archiveros, estantes, etcétera.
En turnos permanentes de 24 horas, y casi sin recursos propios, en Notimex lo mismo se captaba la información extranjera, que se redactaban noticieros radiofónicos con la aportación generosa que nos hacían llegar los periódicos El Día y El Nacional.
También se producían noticieros televisivos con el equipo humano y técnico del naciente canal 8, buscando nuevas formas de presentar las noticias a base de talento, imaginación y concurso desinteresado.
Cómo no recordar, con el afecto decantado por el tiempo, los nombres de Enrique Ramírez y Ramírez, Alejandro Carrillo Marcor, Eugenio Garza Lagüera, Aurelio Flores Ysita, Virgilio Galindo. También de Justo Fernández, José Represas, Rafael Jiménez, Armando Ruiz Galindo, Julio Hirschfeld, entre otros periodistas y empresarios nacionalistas y visionarios, empeñados todos en recobrar la imagen limpia y digna de México.
(Continuará).