El nombramiento de Burke no ha causado sorpresa. Ya en el 2012, todavía durante el pontificado de Benedicto XVI, fue nombrado asesor de comunicación. Desde diciembre del año pasado era viceportavoz. Burke es un periodista con dilatada experiencia profesional, curtido en la televisión. Nacido en San Luis (Misuri), en 1959, en el seno de una familia católica, trabajó durante muchos años como corresponsal en Roma de la cadena conservadora Fox News. También colaboró con la revista ‘Time’ y otras publicaciones. Será el segundo miembro numerario del Opus Dei que ocupe el puesto. El español Joaquín Navarro Valls lo desempeñó durante la mayor parte del pontificado de Juan Pablo II y el inicio del de Benedicto XVI.
Era un secreto a voces que Lombardi quería retirarse. Está a punto de cumplir 74 años. En el decenio en que ha sido la voz del Vaticano, este jesuita de fina ironía, vasta cultura y –a veces- alambicados argumentos, ha tenido que lidiar con crisis graves y situaciones sin precedentes. Le tocó la fase aguda del escándalo sobre la pederastia eclesial, el primer escándalo Vatileaks, la dimisión de Joseph Ratzinger y el segundo caso Vatileaks.
García Ovejero, nacida en Madrid, estudió Periodismo en la Universidad Complutense y se especializó en la New York University. Desde 1998 trabaja en la cadena Cope. Asumió la corresponsalía en Roma en el 2012. Por su jovialidad y compañerismo, pronto se convirtió en una colega muy apreciada entre la prensa que sigue los asuntos vaticanos.
Que dos periodistas, uno anglosajón y la otra española, dirijan a partir de ahora la comunicación vaticana, es todo un indicio de la evolución de la Santa Sede bajo el papa Francisco. La prensa anglosajona presta una atención creciente a la información vaticana. Y el idioma español, por razones obvias, es aún más importante ahora para la Iglesia católica. Es previsible que la información fluya con más agilidad y sin tantas prevenciones, en el estilo que el propio Francisco ha impuesto con sus ruedas de prensa, sin filtro previo, en el avión.
Fuente: La Vanguardia