El secretario de Cultura federal, Rafael Tovar y de Teresa, expresó su pesar por la muerte del artista plástico mexicano Benjamín Domínguez, ocurrida la víspera en esta ciudad, a la que consideró una “gran pérdida para la pintura mexicana”.
El funcionario recordó que el artista de 74 años, originario de Jiménez, Chihuahua, había desarrollado una técnica depurada en diversos estilos, así como infinidad de temáticas originales a las que dio vida desde lo abstracto hasta lo barroco.
Benjamín Domínguez fue artífice de sueños, la magia y las tentaciones, añadió Tovar, quien primero lamentó el deceso del artista a través de su cuenta de “Twitter”.
De acuerdo con un comunicado, el artista se inició en el clasicismo y fue a los 20 años que llegó a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas.
Tiempo después ingresó a la antigua Academia de San Carlos, donde tuvo como maestros a Francisco Capdevilla en grabado y en pintura a Nicolás Moreno y Antonio Rodríguez Luna.
Aunque se inició como pintor abstracto, que trabajó durante una década, su verdadera pasión fue realizar una revisión posmoderna del barroco, donde se ganó la admiración y respetado de otros artistas, como uno de los neoclasicistas más modernos del país.
Según los datos biográficos disponibles, en los años 60 del siglo pasado formó parte del equipo del Museo del Virreinato en Tepotzotlán, el cual estaba a cargo del maestro Jorge Guadarrama, donde tuvo una cercanía con las obras de arte colonial, donde observó las obras con seda, marfil y los santos estofados.
De hecho, Benjamín Domínguez fue uno de los pocos pintores que por su virtuosismo y conocimiento de las antiguas técnicas se le consideró heredero de la tradición pictórica mexicana.
Su formación estuvo marcada por dos movimientos antagónicos: el realismo y la abstracción. Un día, al visitar la National Gallery of Art, en Washington, DC, fue testigo de la fascinación que despertaba en el público una obra: “La tasadora de perlas”, del holandés Johannes Vermeer.
Aquel día dudó de todo lo que había hecho hasta ese momento y decidió regresar a las enseñanzas de la Academia de San Carlos, a la práctica del arte técnico, del manejo de los colores, de los aceites, los barnices y toda la técnica que gira alrededor de un neoclasicista. Fue así que surgió en 1985 una serie inspirada en el cuadro “El matrimonio Arnolfini”, del renacentista Jan van Eyck.
A partir de esa obra, Benjamín Domínguez pintó 20 variaciones en las que trasladó a la modernidad a una pareja que vivió en 1434 e hizo que se amaran, odiaran y destruyeran.
En 2012, la Galería Juan Soriano del Centro Nacional de las Artes albergó la muestra “El elogio de la mirada”, integrada por 24 obras creadas entre 1985 y 2011.
Fuente: Crónica