Debemos estar preocupados porque el llamado “síndrome metabólico del sobrepeso y la obesidad” se ha convertido en una epidemia social que afecta a 55 millones de mexicanos. Esta epidemia representa un riesgo inminente frente a la vida. Este conjunto de deficiencias en la salud extiende su sombra nefasta sobre el territorio nacional.
Pero ¿qué es la obesidad? Podríamos decir que es una enfermedad de las más graves que se manifiesta porque las reservas naturales, almacenadas en el tejido adiposo de los seres humanos y otros mamíferos, se incrementan hasta un punto que se asocia con ciertas condiciones de salud. De esta manera, al tiempo que se deforma la masa corporal de los obesos, se establece un vínculo con otros padecimientos peligrosos, incapacitantes, crónicos, dolorosos. Quizá ya no deberíamos preguntarnos por qué ha crecido el número de enfermedades que cursan con sufrimientos constantes como los males cardíacos, la diabetes, algunas formas de cáncer, la hipertensión arterial, los dermatológicos, los gastrointestinales, los osteoarticulares, los neurológicos…en fin.
Meditemos un poco, reflexionemos en lo que significa para nuestro desarrollo integral el hecho de que, a nivel mundial, México ocupe la segunda posición en cuanto a población obesa adulta, solo después de Estados Unidos.
Por ello, el sobrepeso y la obesidad son un asunto de vital importancia que requiere soluciones urgentes, inmediatas, y que solo en 10 años, según los datos oficiales, la obesidad aumentó -en grupos de edad entre cinco y 11 años de edad ¡los niños!- en un alarmante 77 por ciento.
Tomemos en cuenta que la obesidad no distingue color de piel, edad, nivel socioeconómico, sexo o situación geográfica. No nos engañemos, los prejuicios nos muestran imágenes de niños gordos con una gran presencia física y una fortaleza envidiable. Recordemos que la publicidad vende fantasía.
Pero ¿qué pasa con los modelos de enseñanza que tienen que ver con hábitos alimenticios que aseguren una condición física saludable permanente?
A este respecto, las cifras oficiales indican que hace ya 10 años, el 20 por ciento de los niños presentaban el síndrome principalmente por el incremento en el consumo de bebidas carbonatadas y con demasiada azúcar, pero también por la falta de actividad física o por la aplicación desorganizada de programas que tienen que ver con el desarrollo integral de los menores.
Otros indicadores revelan que nueve de cada 10 niños presentan deficiencias de tipo alimenticio, propiciadas porque en los últimos 30 años se dejaron de consumir frutas en un 30 por ciento, leche en un 27 por ciento y claro, porque la comida chatarra ha desplazado a los alimentos nutritivos en las preferencias del gusto infantil, y los precios de frutas, verduras y lácteos andan, no en las nubes, sino en la estratósfera.
La comida chatarra la encontramos todos los días en tiendas de abarrotes o autoservicios, y los productores hacen hasta lo imposible porque sus enviados o promotores, ubiquen sus porquerías en la parte más visible de los mostradores para que el cliente los adquiera y caiga en el engaño: comida fácil, comida rápida y buena nutrición. Falso. Encontramos golosinas que proporcionan muchas calorías vacías y nada de nutrición, cero fibra, cero vitaminas, cero minerales, solo azúcar, y últimamente otras variaciones aún más peligrosas como la dextrosa o sucralosa.
Mucho tiene que ver la vida sedentaria, la educación de padres y maestros, las demasiadas horas frente al televisor, el tiempo en exceso disfrutando de los juegos electrónicos y la computadora, el estrés que destila su veneno constante y permanente en forma de enfermedades psicoanalíticas.
Recapacitemos. No podemos seguir aprisionados en una red de prejuicios y modelos tradicionales de convivencia social. El futuro de los mexicanos no puede estar ligado a la enfermedad.
pacofonn@yahoo.com.mx