Benjamín Torres Uballe
Aquello de “el nuevo PRI” sólo existió en las mercantilizadas “mentes creativas” de sus publicistas. Nada más alejado de la realidad. En nada ha cambiado el instituto tricolor. Los errores, necedades y vicios ancestrales siguen presentes y más vigentes que nunca.
La degradación del dinosaurio priista es irreversible, los hechos así lo demuestran. Tanta incapacidad para comprender que su oferta política es obsoleta se manifiesta en cada decisión. El repudio visto en las urnas el pasado 5 de junio finalmente parece no importarle más allá del doloroso escarnio del que fue objeto por amplios sectores de la sociedad, sus adversarios políticos, los “infalibles” politólogos y medios de comunicación.
Hoy, el Partido Revolucionario Institucional está convertido en un ente que “no ve ni escucha” a sus bases, en tanto los sectores que lo integran conservan la actitud servil de “Sí, señor, lo que ordene el Presidente”. Y en esa premisa, el jefe del priismo ha ordenado que el nuevo dirigente del PRI sea nada menos que un destacado burócrata de cuestionada militancia.
Enrique Ochoa Reza, quien hasta el viernes último se desempeñó como director de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), es la nueva imposición presidencial, cabildeada intensamente por Luis Videgaray Caso —el influyente secretario de Hacienda y uno de los aspirantes a la candidatura rumbo a Los Pinos para el 2018—, integrante del círculo más cercano del mexiquense. Así, de esta manera, se adelanta estratégicamente al grupo de Osorio Chong.
Con sólidos blasones académicos, Ochoa Reza —un itamita de 43 años— es doctor en Ciencia Política por la Universidad de Colombia en Nueva York. Como puede observarse, en modo alguno es un improvisado desde el punto de vista profesional. A pesar de ese alto perfil, el también abogado está muy lejos de las “cualidades” que demanda la precaria situación del PRI.
Desde luego, el desplome en la aprobación a la tarea del presidente Enrique Peña Nieto, la aversión al priismo per se, numerosos escándalos emanados del partido oficial, de sus gobernadores y funcionarios, y hasta del propio titular del Ejecutivo federal, han puesto contra la pared el quehacer de los recientes jefes del CEN del Revolucionario Institucional. La magnitud de la crisis en la sede de Insurgentes Norte es tal que ni Manlio Fabio aguantó.
No tardaron en llegar las protestas por la designación de Enrique Ochoa, unas sin aspavientos, por temores a las represalias, otras de manera abierta, como la del cuestionado ex gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz, que en la carta enviada a Carolina Monroy, presidenta interina del PRI, expresa lo que seguramente es el sentir de la auténtica militancia:
«Con sorpresa que raya en la indignación, los priistas estamos siendo testigos de cómo una vez más se secuestran las decisiones más importantes para el Partido por la reducida cúpula que, encumbrada por la militancia, no es capaz de voltear hacia ella para permitirle expresar libre y abiertamente su opinión». Aunque Ulises Ruiz no es la voz más prestigiada para el airado reclamo, ahí queda la inconformidad por el autoritarismo ejercido desde Los Pinos.
Por ello, no sorprenden los insistentes rumores de que, en los estados donde perdió el PRI las gubernaturas el mes pasado, fueron varios los priistas resentidos que operaron en contra de los candidatos impuestos desde el centro. Al parecer, la sensibilidad política definitivamente fue expulsada por la nomenclatura que domina al partido en el presente sexenio.
Va a ser muy interesante seguir de cerca la rebelión en el interior del partido del Presidente, pues son muchos los inconformes por el nombramiento de Ochoa Reza, para quien se montó la farsa del registro —que nadie creyó— y la “elección”, cuando el “dedazo” ya se decretó y ni Dios podrá evitarlo, aseguran los enterados y un viejo priista que me pidió omitir su nombre.
No obstante el decidido apoyo con el que, desde la silla presidencial, contará el ex director de la CFE para su nueva encomienda, desde ahora se avizora una misión cuasi imposible por las profundas resistencias que, sin duda, encontrará en sus “correligionarios” de la vieja guardia.
Para solucionar cualquier problema, lo primero es aceptar que existe, y luego, en consecuencia, buscar las mejores opciones de arreglo. Sin embargo, esto parece no estar incluido en el radar del jefe supremo del PRI. El meollo de la debacle y crisis priista no radica en quién es el presidente del CEN, sino en el rechazo absoluto de la ciudadanía a lo que representa, a lo que es el Revolucionario Institucional: corrupción desbordada, impunidad rampante, complicidad perversa y gobierno incompetente. Hay que atacar la enfermedad, no los síntomas.
Mientras obcecación, ceguera y sordera del PRI sean las constantes de su comportamiento, la probabilidad de que el regreso priista al poder haya sido efímero se incrementa día a día. Los porqués todo mundo los conoce y los recordó públicamente Miguel Barbosa Huerta, el coordinador de la bancada perredista en el Senado, al criticar las “formas caducas” en que tanto su partido como el dinosaurio priista eligen a sus respectivas dirigencias:
“En el contexto de la renovación de sus direcciones nacionales, el Partido Revolucionario Institucional y el Partido de la Revolución Democrática han exhibido las formas más representativas y arcaicas de la cultura política mexicana, circunstancias que ejemplifican el momento que viven estos dos partidos después de las elecciones del 5 de junio y, sobre todo, la forma como encaran los procesos electorales locales de 2017 y las elecciones federales de 2018”, y agregó que dichos procedimientos “no interesan a la sociedad y nada aportan a la democracia ni a los propios partidos”. En ello estamos de acuerdo.
@BTU15