Un inmigrante me contó que cuando recién llegó a México, aunque hablaba español, no entendía por qué llamaba a un plomero o a un electricista para que arreglaran algún desperfecto y le decían “voy mañana”. Pero no iban. Cuando les reclamaba respondían: “le dije que iría mañana y todavía no es mañana, ¿o sí?”.
Esto viene a cuento porque aun siendo nativa de este país, hay palabras que nomás no entiendo.
Veo en las imágenes que transmiten las noticias, a personas que toman carreteras y casetas, queman edificios y autos, saquean oficinas y archivos, pero a la hora de leer los “análisis” sobre estos hechos, me dicen que la policía y el Ejército son los violentos y esas personas son las víctimas y que ellos odian la violencia y quieren el diálogo.
Veo y escucho que líderes corruptos son considerados los buenos de la película y los soldados, que son los mexicanos más pobres y amolados, a los que mandan a tratar de poner orden, resultan siempre los malos.
Oigo y veo a los revoltosos quejarse de que no los respetan, pero no veo que ellos respeten a los ciudadanos: nos impiden seguir con nuestras vidas y por si no bastara, nos obligan a dar aportaciones a su causa.
Escucho hablar de democracia y veo que trasquilan a quienes no están de acuerdo con ellos, apalean a ciudadanos que se atreven a romper sus bloqueos, secuestran y hasta asesinan a periodistas que no dan la versión de los hechos que ellos quieren.
Veo y escucho que vamos bien, que las reformas funcionan, que la economía está sólida y que el crimen disminuye, pero en todas partes la violencia y delincuencia son enormes, la falta de gobernabilidad patente, el dólar está cada día más caro y se anuncian recortes en el presupuesto.
Veo que el secretario de Hacienda hace esos recortes en educación y salud y no en el dinero que da a los partidos políticos y las instituciones electorales ni tampoco al nuevo aeropuerto o a la publicidad de los actos de gobierno, aunque me dicen que para el gobierno, las prioridades son el combate a la pobreza, la salud de los ciudadanos y la educación de los niños.
Veo y escucho y me sucede que nos llaman por teléfono para extorsionarnos, que nos asaltan en el transporte público y roban nuestras casas, que edificios enteros están tomados por delincuentes y colonias enteras cerradas al paso incluso de la policía, que cobran derecho de piso a los comerciantes, pero la autoridad capitalina no hace absolutamente nada para enfrentarlo y en cambio me dice que la Ciudad de México es un lugar muy seguro y que aquí no hay la violencia que en otras partes del país.
Me entero de que unos sujetos que secuestraron a una jovencita que caminaba por la calle, la torturaron y violaron durante dos largos años y luego la asesinaron, salieron de la cárcel porque según dicen, no se les hizo el debido proceso. Y claro, todos defendemos el derecho al debido proceso, pero, ¿no defendíamos antes que eso el derecho a la vida?
Veo y constato que nadie respeta la ley, pero el discurso es que la ley está por encima de todo y es obligatoria para todos.
Y entonces me percato de que no entiendo el idioma español, mi lengua. ¿Qué significan palabras como violencia, malos y buenos, represión, vamos bien, la delincuencia disminuye, hay austeridad, la economía está sólida, se respeta la ley?
La verdad es que no sé. Y lo que menos sé es lo que quiere decir la palabra negociación, que todo mundo esgrime y suelta (¡grita!) en cuanto puede. Recuerdo que en México siempre ha tenido un solo y único significado: quiere decir pagar, dar dinero, soltar “el recurso” como se dice hoy en la jerga burocrática. Y tal vez eso quiere seguir diciendo y yo no me había dado cuenta.
Sara Sefchovich, escritora e investigadora en la UNAM.
Fuente: El Universal