Benjamín Torres Uballe
En México, las cosas negativas superan a las positivas desde hace mucho tiempo. Los 55 millones de pobres —uno de cada dos ciudadanos—, la incontenible e insultante corrupción política, así como los demenciales índices de asesinatos, asaltos, secuestros y extorsiones, son claro ejemplo de ello.
Lamentablemente, la abundancia que está en cada esquina, ésa que nos encontramos cara a cara de forma cotidiana, es perniciosa. El miedo a ser víctimas de la delincuencia o secuestrado por elementos policiacos —como en Veracruz— y padecer la corruptela de algún servidor público al realizar trámites en cualquier dependencia están a la vista y, sí, es democráticamente efectiva, alcanza a todos.
Pero si bien tantas y recurrentes calamidades traen por la calle de la amargura a la población, parece que al gobierno —en sus tres niveles— le importa poco tan grave y lesiva situación. No sólo ha sido incapaz de revertirla y garantizar la seguridad que mandata la Constitución, sino que con su desesperante ineficacia continúa abriendo frentes que luego no puede ni sabe cerrar. Veamos.
Oaxaca, la esplendorosa región mexicana, se ha sumado a la extensa lista de problemas que la administración peñista ha sido incapaz de prever, atender y resolver. La bella Antequera siempre ha representado —por sus características sociales y económicas— un conflicto latente, por ello precisa de atención y especial cuidado del gobierno federal —no excluimos al poder local—. Desdeñar no conduce a nada bueno. Tampoco voltear la mirada. Menos torcer la ley para imponer.
El enorme rezago ancestral en que han postrado a los oaxaqueños todos los gobiernos priistas, y recientemente el ex priista Gabino Cué y compañía, es un peligroso caldo de cultivo que puede ser aprovechado —tal como está sucediendo ya— por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación y diversos grupos “simpatizantes” para lograr sus particulares intereses por cualquier vía y a cualquier costo, incluso con sangre.
Ante las señales de advertencia que se vislumbraban en Oaxaca, el gobierno, al igual que lo ha hecho con Tamaulipas, Guerrero, Veracruz, Morelos y el Estado de México, las minimizó. Las consecuencias de ello están a la vista con 6 muertos y más de 100 heridos —entre los que se encuentra decenas de policías lesionados—. La anarquía presente terminó por disparar las balas.
Desde luego que en el desalojo del pasado fin de semana en Nochixtlán, por la Policía Federal, intervinieron “manos ajenas”, es evidente. Querían muertos, querían el pretexto para victimizarse, para terminar de incendiar la frágil paz social que impera en la zona y ahí están los resultados.
Ha sido la arrogancia, pero sobre todo la ausencia de pericia política del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto en el manejo del caso CNTE-Oaxaca, que ha permitido llegar a los actuales extremos de ingobernabilidad y caos que tienen aterrorizada a la sociedad en ese estado.
Buena parte de lo que abonó a que el “conflicto magisterial” creciera y se saliera de control ha sido, sin duda, la imprudente —por decir lo menos— actuación de Aurelio Nuño, el inexperto y limitado secretario de Educación Pública, quien considera —a juzgar por su comportamiento— que tan delicados asuntos pueden solucionarse con mediáticas visitas escolares, demagogia al más puro estilo priista y virulentas declaraciones que sólo exacerban los enconos y alejan de posibles negociaciones. Alguien tiene que decirle de inmediato a este señor que no es José Vasconcelos.
Sin embargo, “la culpa no la tiene el indio, sino quien lo hace compadre”, dice el sabio adagio popular. La obcecación del presidente Peña Nieto por colocar a Nuño en la Secretaría de la Educación Pública (SEP) es un yerro monumental, las consecuencias han sido desastrosas y hoy ha montado al Ejecutivo en un problemón de pronóstico reservado. Pretender convertir en presidenciable desde Los Pinos a uno de los consentidos del mandatario no tuvo sentido, sencillamente era y es inviable.
¿Qué sabe Aurelio Nuño de educación pública?, fue la pregunta que surgió en amplios sectores cuando lo nombraron titular de la SEP. Aún más, no se distinguía por ser un hábil operador político. Sus más contundentes y prestigiosas capacidades radican en la amistad con Peña Nieto.
En fin, la anarquía que hoy padecen los oaxaqueños es multifactorial, impulsada por pésimos políticos, intereses perversos y oscuros de la misma clase política adueñada del estado, líderes que se resisten a perder sus inmorales y cuantiosos beneficios e, insistimos, en la nula operación política gubernamental, todo ello en detrimento de los estoicos pobladores oaxaqueños.
Finalmente queda la duda: ante el escenario sumamente complicado, ¿es Alejandro Murat —la otra imposición presidencial— la solución para armonizar y devolver la urgente paz que precisa Oaxaca? ¿El dantesco escenario se ha dejado crecer para que el mexiquense llegue como salvador del estado que alguna vez gobernó su padre? Las conjeturas sobran, pero el sistema da pie a ellas.
@BTU15