El público barcelonés estaba deseado ver a esta gran estrella que en poco tiempo se ha instalado por méritos propios en el Olimpo de los dioses y que actuó en esta ciudad por primera vez hace cinco años y hasta ahora no había vuelto.
La nueva reina del pop no se ha hecho esperar y a la hora estipulada la interprete ha emergido del escenario auxiliar, situado en el medio del recinto, con un vestido largo negro de lentejuelas y ha cantado «hello, it’s me».
El público, que poco antes se había sentado ordenadamente en las sillas colocadas para la ocasión en la platea, se ha levantado gritando de emoción y, chocando entre ellos, se han acercado a la artista con el móvil en modo cámara fotográfica.
Caminando entre el público, Adele se ha dirigido al escenario principal y ha seguido cantando el tema más conocido de su último disco «25», con el que se lanzó a la carretera el pasado 29 de febrero y que, 36 conciertos después, le ha conducido ayer a España.
En el escenario principal le esperaba una gran pantalla que mostraba imágenes de la Sagrada Familia de Barcelona y de otros edificios de Gaudí, mientras sonaba la canción «Hometown Glory». Un detalle que los catalanes han agradecido con gritos de aprobación.
Tras «One And Only», de su anterior disco «21», Adele ha empezado a hablar y ya no ha parado. Ha contado anécdotas, ha relatado la resaca de sangría que tuvo en su anterior visita a Barcelona, se ha reído a carcajadas y ha hecho gala de un agudo sentido del humor.
En sus monólogos, la británica ha dejado claro que ser sensible no está reñido con decir palabras malsonantes y que se puede tener rasgos dulces sin ser una pánfila.
Fiel al guión, el recital ha finalizado con «Rolling In The Deep», un regalo para su público, que ha salido con una sonrisa en los labios y algunas preguntas.
Fuente: Excélsior