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Los niños que copian

Publicado por
José Cárdenas

Cuentos políticos

Colaboración de Francisco Martín Moreno 

 

 

 

Todos lo hicimos, sí, pero es claro que copiar es engañar antes que a nadie a nosotros mismos.

En la escuela es donde, paradójicamente, los niños tienen sus primeros contactos con la impunidad y el fraude. De antemano sé, lo sé, que a cualquiera de mis dos lectores les parecerá exagerada semejante afirmación. La palabra fraude suena agresiva si se relaciona con infantes que escasamente alcanzan los diez años de edad. Es válido. Sin embargo, quien a través de engaños se hace ilegítimamente de bienes, en este caso de información con arreglo a acordeones y otras maniobras, desde luego está estafando la confianza y la buena voluntad de un tercero, en la especie, sin duda. la del maestro.

¿Quién no copió? Yo copié, por supuesto que sí. Todos copiamos. Lo anterior no exime al hecho de su carácter delictivo por más que lo contemplemos con simpatía y benevolencia. Copiar es un delito, un fraude, sí, pero al fin y al cabo un fraude piadoso…

Lo curioso de esta situación es conocer que en Japón y Alemania, entre otros países, curiosamente, donde menos corrupción existe, no pasa por la mente de los niños la idea de burlar a la autoridad, es decir, al maestro. El código de ética con el que se desarrollan los menores es radicalmente distinto del que prevalece en nuestro país. Si en un momento tan temprano de su existencia, en una etapa crítica de la formación de su sentido de la dignidad y del respeto, crecen con una visión distorsionada del honor y, por otro, lado los mayores no vemos como un hecho lamentable la violación de reglas elementales; si se desarrollan con una imagen difusa de la responsabilidad individual y no aceptamos que siendo tan pequeños no contemplan como un hecho grave evadir la ley, no debemos sorprendernos entonces que en la edad adulta “la transa”, la defraudación impositiva, el peculado, la odiosa mordida, la corrupción en general, adquieran carta de naturalización entre nosotros.

No procede en este breve espacio analizar los orígenes históricos de la corrupción. Baste citar que en la escuela, en los años más formativos en los que se debe estructurar y hacer valer un código de ética, cuya inobservancia se debe traducir en el sometimiento a una serie de consecuencias de las que debe desprenderse un absoluto respeto a la autoridad, al maestro y a los padres de familia en lugar de lo anterior, se toleran prácticas que en nada ayudan a la construcción cívica de los educandos.

Todos lo hicimos, sí, pero es claro que copiar es engañar antes que a nadie a nosotros mismos. Engañar al maestro, estafar la confianza de los padres saboteando el futuro de los menores y, aunque suene demagógico, atentar contra los intereses del país. En la edad adulta los mexicanos saboteamos nuestras instituciones permitiendo la anacrónica presencia del Tapado, con el cual aceptábamos en un juego indigerible el estancamiento democrático de México. Nos era muy gracioso hacer quinielas para adivinar la identidad del vencedor sin percatarnos que este festín atentatorio contra las instituciones nacionales nos haría una sociedad autoritaria, el medio idóneo de cultivo de la impunidad y por ende, del atraso.

También, nos parece gracioso que nuestros hijos copien sin detenernos a considerar que destruimos su código de ética, distorsionamos su visión del honor, indispensable para gozar de una convivencia civilizada y evolutiva, en ningún caso regresiva como la que sin duda padecemos. ¿Copiar es propio y divertido…?

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José Cárdenas

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