En marzo de 2015, por primera vez la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzó las 400 partes por millón (401,52 ppm). A un año de eso, en marzo pasado el nivel estaba en 404,83 ppm, y el 9 de abril, según el Instituto Scripps de Oceanografía -que lleva el registro desde 1958- llegó a 409 ppm.
No era inesperado, porque es la época en que, generalmente, se produce el peak -y porque El Niño también ha tenido impacto-, pero se trata de la más alta tasa de crecimiento de la concentración de CO2 en todo el registro, según indicó Ralph Keeling, director del grupo Scripps CO2.
“La Tierra no ha visto este alto nivel en al menos varios millones de años”, agregó. Y no se ven indicios de que baje a las 350 ppm, considerado un nivel seguro para no seguir aumentando la temperatura del planeta. Al revés, es más probable llegar a los 450 ppm rápidamente.
Laura Farías, oceanógrafa de la U. de Concepción e investigadora del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), explica que la relación entre la concentración de CO2 y la temperatura de la Tierra es directa. “El CO2 absorbe el infrarrojo, por lo tanto, a más CO2, más energía infrarroja y más temperatura que se queda en el planeta”, señala.
Los modelos de predicción climática indican que el alza de la temperatura global podría provocar cambios en todos los sistemas. Influirá en la temperatura, precipitación y nivel del mar, con consecuencias que incluyen tanto sequías como inundaciones.
Para algunos científicos esos impactos ya se están sintiendo y puede ser peor en el futuro.
Farías indica que los modelos de predicción incluso pueden estar desconociendo factores de conexión de la Tierra, lo que puede ser desde bueno a muy malo.
“Hay muchos mecanismos que desconocemos cómo están funcionando. Podría pasar nada o ser mucho peor de lo que imaginamos. Estamos de cierta manera jugando, arriesgándonos”, dice.
La preocupación por el derretimiento del Ártico, por ejemplo – cuya cubierta de nieve estuvo 118.750 kilómetros cuadrados bajo el promedio 1981-2010 en 2015-, va más allá de la imagen del oso polar aislado. El hielo refracta la luz hacia el espacio, por lo que perderlo no sólo aumentaría el nivel del mar, sino que afecta el balance energético de la Tierra, haciendo que suba aún más la temperatura.
El año pasado la temperatura del planeta registró 0,9 °C más que el promedio del siglo XX, según las agencias estadounidenses Noaa y Nasa. Fue el año más caluroso desde que se tiene registro (1879), en parte, por la influencia de uno de los fenómenos de El Niño más extremos de la historia, pero también siguiendo una tendencia de años cálidos que incluye casi todo el presente siglo y que se ha asociado al aumento de emisiones de gases de efecto invernadero.
Entre sus consecuencias, el año pasado, la nieve tardó en llegar al Hemisferio Norte, donde incluso debieron usar hielo artificial en sus centros de ski. Varias olas de calor afectaron a India entre mayo y junio, con temperaturas sobre los 45 °C. En Pakistán, Burkina Faso, Níger, Marruecos, España y Portugal, también superaron los 40 °C, en Egipto llegaron a los 47,6 °C y en Irán, la sensación térmica llegó a los 74 °C.
Chile tuvo el enero más seco en al menos 50 años, en contraste, lluvias torrenciales, sequías, huracanes e incendios también estuvieron en la lista de fenómenos que afectaron al mundo. Este año, sigue la misma tendencia y marzo fue el undécimo mes consecutivo en que se rompe un récord mensual de temperatura global.
“Hemos vivido los once meses más cálidos de la historia del planeta y en Chile cerramos 2015 con un inédito sobregiro ecológico. Necesitamos actuar con urgencia para permanecer bajo los 1,5°C, traspasar ese límite es peligroso para la naturaleza y el mundo, particularmente en los países de alta vulnerabilidad al cambio climático, como Chile”, dice Ricardo Bosshard, director nacional de WWF.
Fuente: La Tercera