Colaboración de Rodrigo Navarro
No sé si soy el resultado de la simple conjunción de dos átomos de hidrógeno con uno de oxígeno. Hidrógeno por parte de padre y oxígeno por parte de madre. O si algún dios demiurgo me creó jugando a los dados.
Sin embargo, recuerdo estar presente en la cauda de los cometas, y en planetas como la Tierra y Marte. Aunque del planeta rojo partimos hace tres mil quinientos millones de años en un cometa hacia la Tierra. De igual manera anduve por la luna terrestre y soy abundante en el Universo entero.
Antiguamente sobre la superficie de la Tierra no existía nada. No era sino una vasta extensión desolada, sin ningún hombre, animal, árboles o piedras. En el silencia de las sombras vivían los Dioses. Tepeu (a quien otros llaman Quetzalcoatl), Gucumato y Huracán.
Hablaban entre ellos y se pusieron de acuerdo, en lo que debían de hacer. Así surgió la primera luz que iluminó la Tierra. Después de precipitó la lluvia, las aguas e separaron, las rocas se enfriaron y se levantó la tierra donde los árboles y las flores aparecieron.
Dulces perfumes se elevaron de las recién creadas selvas. Los dioses se regocijaron ante esta nueva creación. Entonces ubicaron en la tierra, el aire, las aguas, entre las ramas de los árboles a toda clase de animales.
Pero estos permanecían inmóviles. A través de la palabra les dieron las primeras órdenes: tú irás a beber las aguas, tú consumirás los frutos, tú dormirás al viento y tú en las grutas. Tú pájaro abandonaras las ramas y flotarás en el cielo sin miedo a caer. Los animales hicieron lo que se les había ordenado.
Los animales no hicieron más que proferir sonidos sin decir palabra inteligente alguna que delatara su divino origen. Los dioses se enojaron y dijeron: como no han hecho más que gritar les condenamos a vivir en el temor el uno del otro.
Los animales se resignaron y aceptaron su sentencia. Pronto fueron sacrificados u ofrecidos en sacrificio por otros más inteligentes que iban a nacer. Eso dice la leyenda.
Ya sea mi origen divino o de una sopa primigenia o por un simple accidente cosmogónico estoy aquí presente. Cubro el 71% de la corteza terrestre y formo parte del 75% del cuerpo de los humanos. Soy esencial para la sobrevivencia. Lo que ellos y los dioses llaman vida, nació en mi lecho.
¿Qué es la vida sino un accidente de unas cuántas moléculas más: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, fósforo y azufre? Quizás el azar o algún dios les insuflo vida. Lo que ellos llaman el alma. ¿Pero, tienen alma los animales quienes definitivamente tienen vida?
Eso les ha mantenido intrigados por centurias. Ya los griegos se sabían sombras de un sueño. En los libros herméticos está escrito que lo que esta abajo es igual a lo que está arriba. Todo hombre es dos hombres y el verdadero es el otro, el que está en el cielo.
Son tan frágiles e insensatos. Con solo una pizca de sales minerales, tan solo 3.5 partes por mil (2.9 mg por litro) ya no pueden beberme e incorporarme a su cuerpo como sucede con el agua del mar, que es la mayoría. Quizás sea la venganza de los animales a la soberbia: los corales aportan el carbonato de sodio, las algas el magnesio que vuelven al agua del mar imbebible.
Estos seres insignificantes que al principio adoraban, reconocían y veneraban a sus dioses, se han alejado de ellos, se han vuelto soberbios y al controlar el ciclo de las plantas en algo que ellos llaman agricultura han envenenado y agotado los suelos, afectado el ciclo de las lluvias y gastan tanta agua en producir alimento que han puesto en riesgo su propia sobrevivencia.
Se han reproducido como la peste y a pesar de que existe suficiente tierra, agua y alimento, elementos d elos que dependen para su sobrevivencia, se han hacinado de tal manera que desertifican la tierra, exterminan a los animales y contaminan y sobre explotan el agua. Algunos alcanzan a medir las consecuencias de sus actos, pero son los menos. La soberbia y avaricia nublan sus juicios y razones.
Otros piensan que los dioses se han enojado y les envían advertencias, sobre todo el dios Huracán. Tal vez no sea un asunto ajeno a la naturaleza y su accionar, pero ellos se sienten culpables, tal como se sintieron los animales cuando los dioses los castigaron por no decir ni hacer inteligentemente.
Pero que voy a saber yo, que tan solo soy el resultado de la simple conjunción de dos moléculas de hidrógeno por parte de padre y una de oxígeno por parte de madre o que algún dios demiurgo me creó jugando a los dados. Soy tan solo una pequeña y simple gota de agua y me veo forzada a contar cosas de poca importancia.
El 30% del desperdicio del agua se pierde en fugas. ¿Ya reparó usted querido lector las de su casa? El otro 20% se desperdicia cuando usted se baña. Se lava las manos o los dientes o lava los trastes. Hay que cerrar la llave. Es urgente una cultura del agua.
Cuento escrito por el autor y publicado el 22 de marzo de 2012 en el Día Internacional del Agua en el periódico el Quintanarroense que al desaparecer perdió su dominio y todos sus archivos, incluido este cuento se perdieron en el Ciberespacio: su archivo físico se perdió en una bodega así que es como si de nuevo viera la luz en las páginas cibernéticas de José Cárdenas que amablemente alberga este proyecto de Comunicar para Conservar.