El precandidato del Partido Republicano, Donald Trump, se ha continuado posicionando en la delantera de los resultados de las elecciones primarias para eventualmente convertirse en el candidato presidencial del “Gran partido de antaño” (GOP – Grand Old Party). Hasta el momento se han llevado a cabo cerca del 43 por ciento de las elecciones primarias del Partido Republicano (porcentaje de acuerdo al número de delegados) y Trump cuenta con el 43.6 por ciento de la preferencia de dicho partido. En este sentido, si bien considero que es altamente probable que Trump se convierta en el candidato presidencial del Partido Republicano, creo que la probabilidad de que se convierta en el siguiente Presidente de la Unión Americana es muy baja. No obstante lo anterior, considero también que dicha probabilidad no es despreciable. Es por esto que también sostengo mi opinión en la que considero que el Sr. Trump es un hombre pragmático. No sólo porque considerarlo un ideólogo sería un chiste, sino porque creo que utiliza propuestas y comentarios extremos para ganar la candidatura y de ser posible, poder ganar la Presidencia también, pero sabe que no podrá hacer ni el uno por ciento de lo que propone y gobernaría de manera mucho más apegada al statu quo.
A pesar de que la consideración sobre el pragmatismo del Sr. Trump es la que me permite dormir tranquilo, en este espacio quiero compartir algunas reflexiones sobre lo que opino de tres de sus propuestas que afectan directamente a México: (1) No permitir la migración de mexicanos a EU (al menos ya matizó el tema comentando que habría trato diferenciado a los “altos talentos”); (2) deportar a todos los mexicanos que viven de manera “ilegal” en EU; y (3) renegociar el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). No hay duda de que estas políticas afectarían la economía mexicana de manera significativa. Sin embargo, desde el punto de vista de los incentivos del Presidente de EU, tampoco tendría ningún sentido instrumentarlas porque también tendrían un efecto muy negativo en la economía norteamericana, además de los efectos que podría tener a nivel social. En particular, considero que tendría dos efectos en la economía de EU: (1) Es muy probable que el efecto neto de corto y mediano plazo en el empleo sea negativo; y (2) causaría el encarecimiento de una gran variedad de bienes y servicios. En pocas palabras, habría menos empleo y más inflación. ¡Vaya resultado!
Menos empleo. En mi opinión, la instrumentación de las políticas que menciono al inicio de la presente columna tendrían cuatro consecuencias: (1) No habría un beneficio marginal en el empleo al impedir inmigración de mexicanos a EU. Es decir, la tasa neta de migración de México a EU ha sido cercana a cero en los últimos tres años (inclusive de lado negativo) por lo que en el margen, los mexicanos no han estado quitando puestos de trabajo a quienes han vivido en EU en los últimos años; (2) la deportación de todos los mexicanos que viven “ilegalmente” en EU tendría dos consecuencias directas: (a) La ausencia dejaría muchas vacantes de trabajo. Uno de los problemas en el mercado laboral es que para crear empleo no sólo se tienen que crear vacantes, sino que éstas sean cubiertas en un periodo de tiempo “razonable”. En este sentido, en caso de que las vacantes se pudieran asignar, no tengo duda de que serían a un costo mayor, disminuyendo los márgenes de las empresas o encareciendo los productos y servicios que de éstas emanan. Al disminuir los márgenes de las empresas, pueden también restar incentivos para invertir y generar más empleos; y (b) la deportación masiva dejaría un boquete enorme en el crecimiento de la economía de EU, tanto por falta de trabajadores –de lado de la producción-, como por el lado del consumo privado. Se estima que en EU viven de manera “ilegal” cerca de seis millones de mexicanos (PEW Research Center) y de acuerdo con las estadísticas de ingreso personal de los hispanos de origen mexicano (con y sin documentos), yo estimo que en promedio perciben alrededor de 16,000 dólares al año. La deportación masiva -además del costo-, quitaría de manera directa cerca de 0.6 puntos porcentuales al PIB, siendo un evento de “una sola vez”, pero con efectos permanentes; (3) existen cerca de seis millones de empleos que se benefician de la producción de bienes y la provisión de servicios que se exportan de EU a México (de 14 millones que se benefician de los flujos de comercio con Canadá y México, de acuerdo a la Cámara de Comercio de EU). En caso de renegociar el TLCAN para limitar el comercio internacional entre México y EU, entonces un porcentaje significativo de esos empleos se pueden perder. Hoy en día casi hacen fiesta en EU cuando se crean 250 mil empleos en un mes. Imaginemos una pérdida de tres, cinco o hasta seis millones de empleos “en un tris”; y (4) es muy probable que al deportar una gran cantidad de mexicanos a nuestro país, en un ambiente de menores flujos de comercio internacional, crearía desestabilización social y económica en México y por lo tanto generaría más incentivos para que los mexicanos migren a EU de manera más extrema y EU se enfrente a un problema peor porque el costo de instrumentar estas políticas sería muy alto y no sólo no habría beneficios, sino mayores problemas.
Encarecimiento de productos. En este caso, no sólo ya he comentado sobre el encarecimiento de productos y servicios que se producen o se proveen en EU ante la falta de trabajadores mexicanos, sino también se podrían encarecer por el simple hecho de limitar el flujo de comercio internacional. Esto ocurriría con los automóviles, línea blanca, componentes electrónicos y con una gran cantidad de frutas, verduras y productos pecuarios, entre otros.
En resumen, considero que Donald Trump está atentando en contra su propio país con las políticas que propone. Al menos esperamos que ya sea la irracionalidad económica que estas políticas conllevan o el pragmatismo que considero que lo caracteriza, provoquen que en unos meses más, estas discusiones se conviertan en letra muerta. Sin embargo, hay otras consecuencias que serán difíciles de paliar al enaltecer el sentimiento racista –que tantos años ha costado atenuar-, y el espíritu xenófobo, a pesar de ser un país construido por inmigrantes. Esto es muy triste, pero lo que más entristece es el gran apoyo que está obteniendo de una parte importante de la población.
*El autor es economista en jefe de Grupo Financiero Banorte.
Twitter: @G_Casillas