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Nancy Reagan, adiós a un ícono del estilo

Publicado por
Aletia Molina

La tan anhelada Primera Dama que pudiera ocupar el lugar vacío que Jackie había dejado en los corazones y en guardarropas de las mujeres de toda América, por fin parecía poder ser ocupado con altura. Eran, sin embargo, otros tiempos para la política y para la elegancia.

La nueva Primera Dama, siempre tan de la mano del proyecto político de su esposo, tendría como mandato usar ropajes que fueran un eco de los aires de positivismo económico y de ideas conservadoras que llegaban a la Casa Blanca con el nuevo Presidente.

Era menester entonces llevar siempre líneas clásicas, sencillas que invocaran recato y pulcritud, características que podría conseguir perfectamente en los vestidos de Chanel o Dior.

Pero a diferencia de las décadas pasadas, también se esperaba, -y esto está consignado en una carta que leyó Oscar de la Renta como presidente del CFDA en 1987-, que la mujer más importante de América le diera un espaldarazo a la naciente moda americana que empezaba a colarse en el panorama mundial con verdaderos nombres que podían competir con la hegemonía de los franceses.

Así, el vestido blanco de un solo hombro de encaje sobre satín que llevó Nancy Reagan al tradicional baile presidencial en 1981 fue diseñado por James Galanos, un creador nacido en Filadelfia y afamado por sus trabajos de bordados a mano, y quien se convertiría en fiel compañero de Regan en todas las galas a las que asistía. «Nancy Reagan fue una de las pocas Primeras Damas en interesarse en la moda americana», admitió hoy la directora del Museo FIT, Valerie Steele, al New York Times.

Pero esa demanda que le hizo la moda local de ser su mejor modelo, -que fue en parte una estrategia de construir patria a partir de celebrar la belleza y la estética que se cosía en el país-, fue quizás una de las tareas más fáciles de cumplir para Reagan, quien rápidamente se convirtió en la consentida de todos los diseñadores que la adulaban enviándole costosos vestidos y joyas.

Bill Blass, David Hayes, Carolina Herrera, Oscar de la Renta dejaron saber que estaban muy interesados en que la elegante señora que parecía ser capaz de acertar en cada una de sus escogencia públicas, llevara sus vestidos.

Esto no tardó en traerle problemas, porque el pueblo Americano empezó a resentir las cantidades extraordinarias de dinero que se estaban yendo al guardarropas de su Primera Dama, que, si bien, era cierto mantenían un sentido político, no deberían costar más que las proyectos que estaba planeando su marido.

Los medios especulaban que si el vestido del baile inaugural estaba avaluado en 10 mil dólares (aunque ella lo consiguió gratis de parte del diseñador) ¿cuánta fortuna estaba siendo apiñada en su clóset?

Estar en el ojo público no era algo que Nancy Reagan deseaba, -era algo que ni sus maneras, ni su carácter soportaban-, así que su forma de soltar las tensiones fue anunciar que sus vestidos solo eran tomados en préstamos para luego ser donados a museos.

Esta idea tuvo adeptos y enemigos, por lo que llegó un momento en el que la impecable Primera Dama tuvo que enviar más de 40 cartas pidiéndole a sus amigos de la moda, que, por favor, no le hicieran más regalos.

Con los años, su devoción por el vestir más sofisticado, por esa moda que no muere ante la caducidad de las tendencias, quedó revelada cuando en 2007 se realizó la exhibición Nancy Reagan: A First Lady’s Style, una muestra que recogió 80 de sus vestidos más emblemáticos y en donde se celebró la obstinación de esta mujer que nunca quiso deshacerse de prendas, aunque ya no cupieran en su casa.

Sin proponérselo, ese conjunto refinado y variado de trajes se convirtieron en un interesante documento histórico a través del cual se podía navegar por diferentes momentos políticos y del gusto de la década de los 80 y los 90.

Este ícono que sabía que las chaquetas rectas y las mangas largas le venían mejor a su delgada silueta y eran más propias de la feminidad que debía alardear una Primera Dama, no perdió su estilo ni compostura nunca, ni estando ya retirada de la Casa Blanca.

Incluso, en el que, posiblemente, ha sido uno de los momentos más duros de su vida, en el funeral de su marido, Nancy Reagan siguió siendo una inspiración. Viéndola caminar de la mano del guardia que custodiaba el cuerpo de su esposo, ella en su traje negro de tweed y con su gargantilla dorada, dejaba claro una vez más -y por si acaso el mundo lo había olvidado-, que nunca nadie como ella había sabido hacer que la sobriedad fuera tan interesante.

A pesar de su partida, hay estilos sin tiempo, estilos que nunca mueren, y el de Nancy Reagan es uno de ellos.

Fuente: Univisión

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Aletia Molina

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