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El asalto al Moncada

Publicado por
José Cárdenas

Colaboraciòn de Francisco Fonseca Notario

En 1953 el cuartel Moncada era la sede del regimiento número 1 de la ciudad de Santiago de Cuba, capital de la provincia de Oriente. Por su importancia, el Moncada era la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres. Su lejanía de La Habana dificultaba el envío de ayuda. Además, Santiago se hallaba situada en la costa sur, junto al mar, y rodeada de montañas.

Su construcción se inició en 1859, bajo la dirección de Manuel de Ciria, Marqués de Villaitre. Aquí se albergó a la caballería española durante la Guerra de los Diez Años que fue la primera guerra de independencia cubana contra las fuerzas reales. Sirvió además como prisión a muchos independentistas cubanos. El 21 de noviembre de 1893, fue internado en uno de sus calabozos el mayor general Guillermo Moncada.

El 24 de abril de 1909, después del triunfo de la guerra de independencia de Cuba, el cuartel pasó a denominarse Moncada como homenaje a la memoria del mayor general del Ejército Libertador.

Para el joven e idealista Fidel Castro Ruz, el asalto al cuartel Moncada era una acción para desencadenar la lucha armada contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958). Este acontecimiento no constituye en la historia de Cuba el asalto a una fortaleza para alcanzar el poder con la acción de un centenar de hombres, sino el primer paso de un grupo de hombres decididos para armar al pueblo de Cuba e iniciar la revolución.

La situación del país era precaria en temas tan vitales como la salud, la educación y el trabajo. Las clases pobres no tenían acceso a los medios de vida indispensables y sufrían todo tipo de maltratos y vejaciones. Un triste panorama empañaba la vida del cubano común.

En la madrugada del 26 de julio de 1953, 135 combatientes, vestidos con uniformes del Ejército y dirigidos por Fidel, precisaban el plan de ataque. Se organizaron en tres grupos, el primero de los cuales, con Fidel al frente, atacaría la fortaleza.

Los otros dos grupos, mandados respectivamente por Abel Santamaría —segundo jefe del movimiento— y Raúl Castro, tratarían de tomar dos importantes edificios contiguos al cuartel: el Hospital Civil, donde se atendería a los heridos, y el Palacio de Justicia, donde radicaba la Audiencia, desde cuya azotea apoyarían la acción principal.

Un grupo de jóvenes se colocaron a la vanguardia de la lucha por la verdadera independencia de Cuba. Protagonizaron el asalto a dos cuarteles: el Moncada y el Carlos Manuel de Céspedes, en Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.

Se seleccionó el Moncada por varios motivos:

-Era la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres.

-Su lejanía de La Habana dificultaba el envío de ayuda al Ejército Oriental.

-Santiago de Cuba se hallaba situada en la costa sur, junto al mar, y rodeada de montañas.

-En Oriente se habían iniciado las tres guerras independentistas en el siglo XIX que se habían librado en Cuba. Allí se produjeron insurrecciones populares en varios momentos del periodo republicano, incluso durante la revolución de 1933. Sus montañas eran conocidas por la resistencia armada de los campesinos frente a los latifundistas, y su pueblo se caracterizó siempre por un espíritu de rebeldía, debido a lo cual ese territorio era llamado “el Oriente indómito”.

El plan se elaboró en absoluto secreto. Además de Fidel, solamente lo conocían dos compañeros de la dirección del movimiento y su responsable en Santiago de Cuba. Los demás sabían que se iba a realizar un combate decisivo, pero ignoraban cuál era exactamente éste.

La misma preocupación se tuvo al estructurar el movimiento: se hizo en forma celular y se observaban estrictamente las normas de seguridad que exigía su carácter clandestino. Tenía dos comités de dirección: uno militar, al mando de Fidel, y otro civil, dirigido por Abel Santamaría, quien era segundo jefe de la acción.

Además, se trataba de una organización selectiva. Por orientaciones de Fidel, sus miembros se reclutaron entre las clases y sectores humildes de la población: obreros, campesinos, empleados, profesionales modestos. Eran hombres y mujeres preferentemente jóvenes ajenos a toda ambición, no infectados por el anticomunismo ni por las lacras y vicios de la política tradicional. A principios de 1953, el movimiento contaba aproximadamente con mil 200 miembros.

Las armas, los uniformes y los recursos necesarios para la lucha se obtuvieron sin recurrir a la ayuda de personas acaudaladas ni de políticos corrompidos. Su adquisición fue posible fundamentalmente por la voluntad y el sacrificio personal de los propios combatientes.

Un joven vendió su empleo y aportó 300 pesos para la causa; otro liquidó los aparatos de su estudio fotográfico, con los que se ganaba la vida; otro más empeñó su sueldo de varios meses y fue preciso prohibirle que se deshiciera también de los muebles de su casa; uno más vendió su laboratorio de productos farmacéuticos; aquel entregó sus ahorros de más de cinco años, y así se sucedieron los casos de abnegación y generosidad.

Para asegurar la acción se alquiló una pequeña finca de recreo, la granjita Siboney, situada en las afueras de Santiago de Cuba, con el supuesto fin de dedicarla a la cría de pollos. En ella se situaron las armas, los uniformes y los automóviles que se utilizarían en el ataque, y allí se concentrarían los combatientes en el momento oportuno.

Se escogió para la acción, el 26 de julio por ser domingo de carnaval, fiesta a la que tradicionalmente asistían personas de diferentes puntos de la isla, por lo cual la presencia de jóvenes de otras provincias no causaría extrañeza.

Cuando todos estuvieron listos, se le dio lectura al “Manifiesto del Moncada”, redactado por el joven poeta Raúl Gómez García bajo la orientación de Fidel. Gómez García leyó sus versos “Ya estamos en combate” y Fidel les dirigió esta brevísima exhortación:

“Compañeros: podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí”.

“Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertad o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan”.

“Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad”.

De los 135 revolucionarios, 131 dieron el paso al frente. Los cuatro arrepentidos recibieron la orden de regresar a sus puntos de origen.

Poco después de las cuatro de la madrugada se inició la acción y partieron en varios vehículos.

Los grupos dirigidos por Abel y Raúl cumplieron su objetivo: la toma del Hospital Civil y la Audiencia. El grupo principal, dirigido por Fidel, llegó según lo previsto hasta una garita, pero una patrulla de recorrido que llegó inesperadamente, y un sargento que apareció de improviso por una calle lateral, provocaron un tiroteo prematuro que alertó a la tropa y permitió que se movilizara rápidamente el campamento.

La sorpresa, factor decisivo del éxito, no se había logrado. La lucha se entabló fuera del cuartel y se prolongó en un combate de posiciones.

Los asaltantes se hallaban en total desventaja frente a un enemigo superior en armas y en hombres, atrincherado dentro de aquella fortaleza. Otro elemento adverso, también accidental, fue que los atacantes no pudieron contar con varios automóviles donde iban las mejores armas, pues sus ocupantes se extraviaron antes de llegar al Moncada en una ciudad que no conocían.

Comprendiendo que continuar la lucha en esas condiciones era un suicidio colectivo, Fidel ordenó la retirada. Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago, 28 revolucionarios asaltaban al cuartel de Bayamo, operación que también fracasó. Fidel Castro fue detenido.

Inmediatamente después de estos hechos, la dictadura reaccionó con una brutal represión. Batista decretó el estado de sitio en Santiago de Cuba y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional; clausuró el periódico “Noticias de Hoy”, órgano del partido socialista popular, y aplicó la censura a la prensa y la radio de todo el país.

En relación con los asaltantes del Moncada, ordenó que se asesinara a 10 revolucionarios por cada soldado muerto en combate. Excepto unos pocos combatientes que pudieron escapar ayudados por el pueblo, casi todos los demás fueron capturados y gran parte de ellos asesinados en los días sucesivos.

Sólo seis asaltantes de los dos cuarteles habían perecido en la lucha; pero las fuerzas represivas del régimen asesinaron a 55, y a dos personas ajenas a los acontecimientos.

Además, a diferencia del trato humano dado por los revolucionarios a los militares que cayeron en su poder, los asaltantes prisioneros fueron torturados antes de ser ultimados, y después se les presentó como caídos en combate. Más tarde, ante el tribunal que lo juzgaba, Fidel Castro denunció estos crímenes diciendo:

“No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros».

Los crímenes cometidos en esos días por el régimen los denunció Fidel Castro en su alegato de autodefensa llamado: “La historia me absolverá”. Allí Fidel pasó de acusado a acusador y denunció todos los males que hacían sufrir al pueblo cubano.

En su histórico alegato en el juicio por los asaltos a los cuarteles Moncada, y Carlos Manuel de Céspedes, Fidel señaló como razones para una revolución en Cuba, la crisis de las instituciones políticas y los gravísimos problemas sociales existentes, agravados todos por el ilegal golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952.

El asalto al Moncada tuvo una trascendencia extraordinaria para el pueblo cubano y para el movimiento de liberación nacional que se iniciaba.

Años después, en 1961, el entonces comandante Raúl Castro Ruz y ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), al referirse a la importancia histórica de este acontecimiento manifestó:

“En primer lugar inició un periodo de la lucha armada que no terminó hasta la derrota de la tiranía. En segundo lugar, creó una nueva dirección y una nueva organización que repudiaba el quietismo y el reformismo, que eran combatientes y decididos y que en el propio juicio levantaban un programa con más importantes desmanes de la transformación socioeconómica y política exigida por la situación de Cuba. Como expresó Fidel: el Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias”.

En junio de 1955, Fidel fue amnistiado por la dictadura batistiana, salió de la cárcel y creó el M-26-7 en la clandestinidad, movimiento que se unió al Movimiento Nacional Revolucionario y a Acción Nacional Revolucionaria.

El antiguo Cuartel Moncada es hoy la Ciudad Escolar 26 de julio.

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