Colaboración de Carlos Urdiales
El Estado mexicano, no tiene empresa productiva más grande y fundamental para su desarrollo que Petróleos Mexicanos, a través de los ingresos públicos que genera la otrora paraestatal, México ha financiado durante décadas su infraestructura productiva, social, en salud y educación.
La reforma en el sector energético cambió su circunstancia y destino. Los remanentes de una crisis global que data de 2009 y se expresan hoy en precios internacionales de hidrocarburos tan bajos que postergan los beneficios primarios planteados en el consenso legislativo.
En 1986 el petróleo mexicano de exportación llegó a cotizarse hasta en 6 dólares por barril. Aquella crisis fue matizada por la generosidad de los yacimientos de Cantarell y de Abkatum-Pol-Chuk, que permitió mantener cuotas de exportación, demanda interna y obligaciones fiscales que rozaban el 95 por ciento de sus ingresos, condición que mejora sustancialmente en el nuevo marco normativo de Pemex.
Ayer como hoy, Petróleos Mexicanos tiene su mayor activo en el talento y experiencia de quienes lo integran, en su capital técnico y administrativo, deberá hallar las rutas para su reestructura, recorte de gasto corriente, amortización de pasivos y vías de inversión y co-inversión que la transformen en una entidad industrial, con responsabilidad social, más ágil, esbelta, proactiva, competitiva y rentable.
Petróleos Mexicanos ha estado en transformación constante, con marcos legales cambiantes. Suele destacarse saldos negativos, malos servidores públicos, incompetencias, procesos obsoletos, vicios añejos de su relación con el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), abusos también en estructuras de empleados de confianza; sin embargo, la grandeza de la empresa ante sus propios yerros es patente una y otra vez.
A diferencia de crisis anteriores, hoy Pemex y la arquitectura institucional del sector energético, consolidan mejor sus indicadores relevantes, reservas probadas, tasas de recuperación e impacto ambiental. La petroquímica toca las puertas de su modernización, exploración igual, con proyectos de asociación público privadas. El abasto interno está garantizado.
La globalización de la industria y la demanda de grandes bloques económicos, así como los acuerdos regionales, constituyen el reto, pero también la oportunidad para Pemex. Hoy, el control político de la empresa no está en disputa, la relación con el STPRM va en cauce hacia parámetros más realistas. El sentido de pertenencia y orgullo de los petroleros, está en la base, debe permear hacia arriba, arraigarse. El vínculo social está intacto desde 1938 a pesar de los abusos con que suele enarbolarse aquella gesta memorable.
Des-petrolizar la economía no significa disminuir a Pemex, obliga sí a reorganizarlo permanentemente, a dotarlo de todos los recursos necesarios para mantener peso y masa crítica que le permitan abrir mercados internacionales y acompasar, el desarrollo nacional de otros sectores de la economía. La sustentabilidad y el desarrollo de energías alternativas serán su futuro y la cereza del pastel.