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México más allá del catolicismo

Publicado por
Aletia Molina

Cuando algún vecino de San Juan Chamula cae enfermo, su familia acude a la iglesia con una gallina, un puñado de velas, una botella de aguardiente y otra de refresco. Arrodillados sobre un manto de hojas de pino, apagan las velas escupiendo aguardiente y estrangulan a la gallina para encomendarse a San Juan Bautista o San Francisco de Asís, que asisten al culto vestidos con faldas de lana y cintas de colores.

La iglesia de San Juan Chamula de Chiapas, uno de los estados mexicanos con mayor presencia indígena, es una iglesia católica. Un catolicismo sincrético, mestizo y popular producto de la asimilación de las culturas prehispánicas. Una mezcla, consentida y hasta impulsada por la Iglesia, que tan buenos resultados le ha dado a lo largo de los siglos como estrategia de captación de fieles. México, como el resto de Latinoamérica, es marcadamente católico precisamente por esa inmersión en las profundidades populares.

Los anclajes comunitarios están sin embargo cediendo poco a poco a favor del evangelismo y otras ramas del protestantismo de cuño estadounidense. Si a principios del siglo XX el monopolio católico era incuestionable, las cifras más recientes proporcionadas por la propia arquidiócesis de México dicen que el 16% declara una creencia diferente a la católica, mientras que los cálculos de la consultora Pew Research Center los sitúan en el 19%.

La mitad de esa bolsa, que incluye hasta 250 categorías religiosas, corresponde a las diferentes Iglesias protestantes fundadas por los colonos anglosajones en EE UU, que comenzaron el desembarco al otro de la frontera a finales del siglo XIX. Hoy suman más de ocho millones de miembros con un perfil socioeconómico transversal, según la radiografía del órgano de estadística mexicano INEGI.

El proselitismo es uno de los denominadores comunes de este ramillete protestante-pentecostal-evangélico. Su técnica es la del predicador subido a un escenario declamando versículos bíblicos ante un auditorio abarrotado de devotos ardientes que levantan las manos y se emocionan ante la palabra revelada. Así son las campañas evangelísticas masivas. “Solemos hacerlas en teatros o estadios. Durante dos horas leemos los evangelios y se invita a la gente a entregarse a Cristo. Entonces se dan cuenta que lo que viven en el catolicismo es un engaño, que impone tradiciones y mandatos que no corresponden con las escrituras”, explica Amador López Hernández, el presidente de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México, que según los datos oficiales suma 800.000 fieles.

Las iglesias protestantes niegan la tradición católica y subliman las escrituras bíblicas y la fe. No creen en Vírgenes ni en Santos. Tampoco hay por tanto sincretismo ni mezcla posible. “Sólo hay un mediador: Jesucristo, en ningún otro encontraremos la salvación”, sentencia López desde una de los templos presbiterianas del Distrito Federal, con un techo acabado en forma de libro abierto y una ranura en la parte del lomo por la que se cuela la luz del sol.

“Millones de católicos se han sentido frustrados e insatisfechos por una religión con dogmas y liturgias. Por eso experimentan con otras confesiones donde encuentran respuestas a todas sus necesidades cotidianas”, incide el presidente de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas, Arturo Farela Gutiérrez.

El acelerón de los protestantes en Latinoamérica comienza a partir de 1970, al pasar de un 4% al hasta el actual 19%. Y en México las cifras son parecidas: del 2% al 10%. Esta irrupción coincide con un fuerte aumento demográfico, el impasse político y cultural hacia la posmodernidad y un cambio de ciclo dentro de la Iglesia católica, que tras la celebración del Concilio Vaticano II (1956) daba definitivamente carpetazo a cuatro oscuros siglos de Contrarreforma y anunciaba una apertura de la Iglesia al mundo.

“Las instituciones monopólicas encargadas de dar grandes mensajes entraron en crisis y esto permitió al individuo buscar otras opciones más arriesgadas”, apunta el sociólogo especialista en religión Hugo José Suárez. “El gran crecimiento del protestantismo en México se debe sobre todo a una crisis interna del catolicismo, que trata de suturar el Concilio pero que aún no se ha cerrado. Una Iglesia muy defensiva, encerrada en sí misma que fue perdiendo esa religiosidad popular”, sostiene Jorge Eugenio Traslosheros, historiador de la Unam. Su tesis es que la progresiva erosión de la experiencia comunitaria dentro del catolicísimo abrió las grietas por donde se colaron los mensajes de pertenencia y vida congregacional que definen al protestantismo.

“El mensaje cristiano evangélico que predicamos los pastores transforma vidas, matrimonios y familias, liberándolas de adicciones, inmoralidad y corrupción”, dice el pastor evangélico Farela. Él mismo es un converso. “Yo era un hombre vicioso, violento, corrupto y frustrado por una niñez de orfandad desde los cuatro años. Hace 40, Jesucristo me perdonó y me llamó a su servicio”. Antes de eso, Farela era también guadalupano. Seguía a la Virgen de Guadalupe, el mayor emblema de catolicismo popular mexicano, la santa chaparrita y de rasgos mestizos que según la tradición se le apareció a un indígena chichimeca llamándole por su nombre con una voz dulce y maternal: “Juanito, Juan Dieguito”.

Fuente: El País

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Aletia Molina

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