Colaboración de Carlos Urdiales
La estulticia que produce la precariedad intelectual envuelta en dinero, ha producido, desde tiempos ancestrales, vistosos patanes que amén de groseros, resultan peligrosos, cobardemente violentos.
Genotipo social no exclusivo de estos tiempos, pero en un contexto diferente ante la posibilidad de exhibirlos, de la denuncia inmediata, del balconeo que conlleva la repulsa colectiva. El quemón.
En pocos años, la sociedad ha coleccionado en redes y canales cibernéticos, testimonios variados y vergonzosos de damas como las ladies de Polanco, o lady Profeco que, por cierto, dejó sin chamba a su papá, Humberto Benítez Treviño en 2013.
O de caballeros como el gentleman de las Lomas, Miguel Sacal, a quien en enero de 2012 vimos como insultó y golpeó a un empleado de su condominio por tardarse en ir a cambiarle la llanta de su Porsche. Resentidos sociales a la inversa.
Pero, como dijo el Papa Francisco, “la resignación es una de las armas preferidas del demonio” y hay que evitar la resignación respecto a que esta etnia socio-económica y cultural ha existido desde siempre, hagamos y exijamos, que las autoridades actúen del lado de la legalidad, de la mayoría y de paso, del buen gusto, la civilidad y convivencia urbana.
Los guaruras de Raúl Libién, #LordMeLaPelas, el NO “amigo” del presidente Peña Nieto como aclaró Eduardo Sánchez, vocero del Gobierno Federal, y el registro de hechos transmitidos en vivo por Periscope (golpes y mentadas incluidas), que hizo el City Manager de la Delegación Miguel Hidalgo, Arne Aus Den Ruthen, echa reflectores sobre una problemática cívica y legal, amplia y compleja, que va más allá de la Ciudad de México.
Sintomático que mientras el país crece a tasas menores al 3 por ciento anual, la industria de la seguridad y protección privada lo haga a tasas del 9 por ciento. Analistas estiman que existen 900 empresas registradas ocupando a 25 mil personas. Tan importante como censar es regular, contener y normar los usos y costumbres de sus empleadores, de sus lores.
Por cierto, el escolta de Libién, Javier Mejía, ya está preso por ultraje a la autoridad. Antes pedía “la atención” cómplice, luego, dio el descontón. Profesional de barrio.
En este momento, afuera de restaurantes, escuelas o centros comerciales hay dobles y triples filas de camionetas esperando, estorbando, sin operativo que los mueva, son intocables, gandallas sin fuero, pero impunes.
No se trata un pulso de fuerza y poder entre autoridades y ricos, entre gobernantes e influyentes, aunque lo parezca, es asunto de orden y legalidad. Nada más, pero nada menos.
Una distorsión cultural que ahora puede comenzar a corregirse gracias a la condena social que aumenta y se hace unánime a partir de la inmediatez, de la posibilidad para mostrar y denunciar en línea. Eso ha cambiado y tiene que aprovecharse.