A pesar de ello, esas plantas son solo una gota en el mar, ya que ganja crece salvaje en los Himalayas indios, y es casi imposible detener el cultivo ilegal.
Después de cosechar cannabis indica, los campesinos se pasan horas frotando, lentamente, la resina de las hojas para obtener un tipo de hachís llamado charas, considerado el mejor del mundo. Un gramo puede costar hasta 20 dólares en Occidente. Aunque el cannabis es ilegal en India, la necesidad económica ha orillado a muchos aldeanos a producir charas.
El charas se vuelve más valioso cada año, pero la vida de los agricultores sigue siendo muy humilde. Los campos, en su mayoría, son pequeños, y 50 brotes de ganja producen apenas 10 gramos de charas.
Los primeros en producir charas fueron los sadhus, hombres santos que se retiraron a los Himalayas para meditar. Pero en la década de 1970, cuando los hippies empezaron a seguir a los sadhus a las montañas, los lugareños –quienes fumaban una mezcla de resina y otras partes de la planta- aprendieron a preparar charas, y hoy día utilizan la misma técnica para producir toneladas de charas cada año. Eso, según algunos cálculos, porque India no tiene cifras oficiales sobre la producción de charas o el cultivo de cannabis. Como es ilegal, el gobierno indio jamás ha emprendido un estudio en gran escala para precisar la producción de cannabis en su territorio.
Dado que cannabis es una planta nativa, es difícil que la policía siga el rastro de los productores, quienes mudan sus sembradíos a tierras cada vez más altas para evitar las redadas. Miles de familias de la región sobreviven produciendo charas. Los campesinos venden la resina a extranjeros, pero también a los indios de las grandes ciudades. Y la demanda va en aumento. Cada temporada aparecen nuevas casas de huéspedes y lugares donde fumar charas.
Pese a que el tráfico de la droga es complejo y muy avanzado, el tiempo parece haberse detenido en esta región de las montañas, donde la vida sigue los ritmos de la naturaleza. Las aldeas dispersas en las laderas de los Himalayas están compuestas de coloridas casas con techos oscuros, fabricadas con delgadas losas de piedra. Hay un grifo central para el agua, un templo antiguo, y algunas tiendas donde venden jabón, cigarrillos, legumbres, arroz, y harina.
La historia del cannabis en India se remonta miles de años. La planta es mencionada en los textos sagrados llamados Vedas; y cuentan que el Dios Shiva meditó en las cumbres nevadas de los Himalayas, alimentándose de flores de ganja. No obstante, hoy día, todo se reduce al negocio, y los aldeanos venden charas para sobrevivir.
Las comunidades himalayas son orgullosas y muy reservadas. Trabajadores esforzados, viven en condiciones extremas y a menudo no tienen más opciones de empleo. Muchos agricultores jamás han desarrollado un cultivo legal. La siembra, la producción, el uso, el contexto: todo está impregnado de espiritualidad y religión.
Igual que muchos otros países, India se unió a la lucha global contra las drogas en 1961, cuando firmó la Convención Única sobre Estupefacientes de ONU. Mas no todos estuvieron dispuestos a abandonar el cannabis, que durante mucho tiempo ha formado parte de rituales y festividades religiosas. Aun así, India proscribió el cannabis en 1985.
“Casi 400 de los 640 distritos de India cultivan cannabis”, afirma Romesh Bhattacharji, ex Comisionado de Narcóticos de India. “Es hora de que el gobierno deje de ser esclavo de las políticas de ONU. El uso y cultivo de cannabis han proliferado desde 1985. La prohibición fracasó”.
“La obligación de eliminar el cannabis en países donde su uso tradicional es generalizado, es un claro ejemplo del colonialismo de la Convención [de ONU]”, agrega Tom Blickman, del centro de estudios holandés Transnational Institute. “Jamás sería aprobada actualmente”.
Fuente: NatGeo