Francisco estará frente a los restos de un hombre que no fue bien acogido por el Vaticano, incluso fue difamado, criticado por sus pares mexicanos, por “cantar fuera de coro”; fue acusado por el gobierno federal de alentar la rebelión en las comunidades indígenas chiapanecas y el surgimiento del EZLN en 1994 —“teólogo de la violencia”, lo llamó el presidente Ernesto Zedillo—; repudiado por los coletos (mestizos acaudalados de la ciudad) hasta la amenaza de muerte y amado por miles de indígenas, quienes le llamaban jTatic (padrecito, en tzotzil).
Para algunos es un gesto de reivindicación, un respaldo a la Iglesia que promovió el jTatic; para otros es un reconocimiento tardío e inútil. “Es equivalente a la beatificación”, dice sin pestañear el obispo Raúl Vera, quien fuera su coadjutor, hoy jerarca en Saltillo.
Como su predecesor fray Bartolomé de las Casas, por más de 40 años Samuel Ruiz, en su ministerio como obispo, optó por los pobres, fue un férreo defensor de los derechos de los tzeltales, tzotziles, choles y tojolabales y denunció las complicidades entretejidas en las estructuras sociales para concretar el despojo y la exclusión de los indios mayas de su jurisdicción.
En enero del 2000, a punto de cumplir 40 años al frente de su diócesis, en una ceremonia masiva en el pueblo de Huixtán, Samuel Ruiz confirió el orden sacerdotal en primer grado a un centenar de diáconos indígenas acompañados por sus esposas, alcanzando así una cifra cercana a 400 ministros indígenas, portadores de esa investidura, que consolidaban el anhelo de una iglesia autóctona, un sueño que el jTatic acarició y promovió desde los años 60, cuando el Concilio Vaticano II abrió las puertas a todas las lenguas y a los diáconos casados en la liturgia católica.
Sin embargo, en aquella ocasión, el Vaticano lanzó una prohibición fulminante y detuvo el proceso de ordenación de los diáconos casados. Después de 14 años, el papa Francisco levantó ese veto.
Para el obispo Vera, la resistencia de la jerarquía al avance de la Iglesia autóctona no sólo es un asunto religioso, “también es una cuestión de poder; cuando nosotros dejamos la diócesis había casi 400 diáconos indígenas y poco más de 60 sacerdotes. Y en un contexto de mentalidad clerical, eso representa una amenaza”.
“Lo que no se entiende es que estos diáconos indígenas no tienen una noción de poder; ellos se conciben servidores: ellos no viven del ministerio, viven de su trabajo. Ellos siembran la palabra de Dios, pero comen de la siembra de sus terrenos, no del ministerio. Pero prevalece en muchos sacerdotes la idea de que si los diáconos son mayoría, entonces van a tomar el control de la Iglesia, pero ésa es una mentalidad de poder clerical, es una visión torcida y pobre de lo que es la Iglesia y de lo que es la inculturación de la fe”.
Para fray Raúl Vera López, religioso dominico, actual obispo de Saltillo, colaborador muy cercano de Samuel Ruiz, desde 1995 hasta el 2000 en la diócesis de San Cristóbal de las Casas, el gesto del papa Francisco, de rezar ante la tumba del obispo Ruiz, es equivalente a la reciente beatificación de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 por agentes del gobierno salvadoreño mientras celebraba la misa.
“El papa es un hombre humilde que viene a honrar la memoria de un hermano obispo que sirvió incansablemente a los pobres, vivió entre ellos, corriendo riesgos, amenazado de muerte, que prefirió estar más cerca de los pobres que del poder y el papa sabe lo que es andar entre los pobres y sufrir lo que sufren los pobres. Para mí, ese gesto es equivalente a la beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero”, afirma el religioso.
Coinciden en eso los jesuitas. Francisco Magaña Aviña, superior provincial de la Compañía de Jesús en México, orden religiosa de donde procede el papa, asegura que al ir a Chiapas al encuentro con los indígenas y, particularmente, al sepulcro de Samuel Ruiz, “Francisco, como san Ignacio, sabe a dónde va y a qué; y su visita a esa diócesis es una confirmación a la Iglesia que jTatic Samuel Ruiz impulsó durante sus 40 años como obispo”.
Por su parte, el también sacerdote jesuita David Fernández Dávalos, rector de la Universidad Iberoamericana, declaró al programa Espiral, de Canal Once, que ese acto tiene dos dimensiones: “Personalmente el papa viene a reivindicar a una persona difamada y obstaculizada en el Vaticano, incluso calumniada en los pasillos de la curia, al igual que monseñor Romero, el arzobispo mártir de San Salvador; institucionalmente, y creo que esto es de mayor alcance, significa el respaldo a la Iglesia autóctona, a un modo distinto, no occidental, de hacer Iglesia, donde los diáconos casados son la columna vertebral y celebran una liturgia propia con lenguas propias, y eso es lo que Francisco viene a validar”.
Pero el optimismo de un sector eclesial, que no es el de la jerarquía, se mantiene y se expresa. Para el obispo Raúl Vera, no tiene nada de extraño que Bergoglio visite en México preferentemente lugares empobrecidos, marginales, donde está presente la violencia, la exclusión y la corrupción. “Es el estilo propio del papa Francisco y ése es el papa que tenemos. Él ha enfocado su servicio pastoral a la Iglesia a partir de los más vulnerables. Lo dijo desde que comenzó su pontificado: ‘La Iglesia tiene un poder y ese poder es el amor, manifestado en el servicio a los más pobres’. ¡Impresionante! Por otra parte, anunciar el Evangelio en lugares de conflicto y de grandes contradicciones, es muy propio de la teología latinoamericana, donde hemos avanzado a pesar de muchas carencias, de muchos ataques, incluso de la propia jerarquía eclesiástica”, dice el titular de la Iglesia en Saltillo.
“El papa está asumiendo con muchos creyentes la cruz del sufrimiento social, está corriendo muchos riesgos, pero también sabe que el camino de la cruz lleva a la resurrección. Es una manera de acompañar a la Iglesia latinoamericana y a muchos grupos sociales que están luchando y resistiendo por construir una nueva sociedad, y él es un profeta que viene a cambiar la historia”.
En este sentido, también se expresan el provincial jesuita y el rector de la Iberoamericana. “Los jesuitas esperamos que el papa Francisco siga poniendo el mismo tipo de signos que ha estado dando y siga diciendo lo que ha expresado en otros lados. Seguramente defenderá la vida de los migrantes como lo ha hecho; retomará el derecho de tener techo, trabajo y tierra como lo hizo en Bolivia; animará a los jóvenes a ‘hacer lío’ y a ponerse en favor de los demás; se pronunciará contra un sistema social fincado en el individualismo, la desigualdad, la globalización, la indiferencia, el descarte y la depredación de nuestra casa común”, afirma Francisco Magaña.
“El papa está más preocupado por el espíritu de la fe que por la religión —completa David Fernández— y ha definido la misericordia como el signo de identidad de Dios, cercano a los más vulnerables, por eso ha declarado el año de la misericordia, y en ese sentido nosotros esperamos, sí, una interpelación al gobierno y a la sociedad en general por la situación que estamos atravesando, pero también una palabra de aliento y un abrazo a las víctimas de la violencia y a sus familiares”.
Fuente: El Economista