Y sin embargo, uno se sorprende.
El 28 de marzo del 2015, el gobierno mexicano recibió reconocimiento internacional por ser el primero de los principales países en desarrollo en presentar un compromiso para disminuir su emisión de gases de efecto invernadero: el Mexico’s Intended Nationally Determined Contributions.
Ocho meses antes de la Conferencia sobre Cambio Climático de la ONU en París (COP21), México se comprometió ante el mundo a reducir incondicionalmente 25% de sus emisiones de gases de efecto invernadero y hollín (black carbon) para el 2030.
De entre los gases de efecto invernadero, el dióxido de carbono (CO2) es considerado el más importante, pues constituye más de 75% de todas las emisiones producidas por actividades humanas.
De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, en el 2013 —año mas reciente para el cual se tienen datos— México produjo 452 millones de toneladas de CO2 sólo por la quema de combustibles fósiles, contribuyendo con 1.4% de las emisiones globales totales. Ese mismo año, en el mundo se produjeron poco más de 32,000 millones de toneladas de este gas.
El uso de combustibles fósiles como fuente de energía es la principal causa de estas emisiones. Al quemarse los hidrocarburos, el carbono se combina con oxígeno para producir CO2. Para disminuir la dependencia del petróleo y el carbón, la Estrategia Nacional de Energía contempla que para el 2018, 25% de la capacidad para generación eléctrica provenga de tecnologías limpias y 60% para el 2050.
Después de la quema de combustibles fósiles, la deforestación y la degradación de ecosistemas es la segunda causa de emisiones de CO2 a la atmósfera. Y es ahí donde surge la incongruencia entre políticas públicas.
La incongruencia está en que desde el mismo gobierno federal, la paraestatal Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) se dedica a comercializar en las costas mexicanas predios para desarrollos turísticos en zonas de manglar, contribuyendo a la deforestación y degradación del ecosistema.
De todos los ecosistemas que hay en el mundo, los humedales tropicales —ciénegas, pantanos, manglares, pastos marinos, turberas— contienen las mayores reservas de carbono del mundo. A esta reserva se le denomina carbono azul.
Los manglares están compuestos de árboles, arbustos y matorrales adaptados a vivir en un ambiente con altas condiciones de salinidad y agua. Sus enormes raíces forman complejas estructuras que no sólo disminuyen el flujo de agua durante las mareas, también propician que las partículas que contienen carbono suspendidas en el agua se asienten en el sedimento, creando grandes depósitos, lo que los convierte en sumideros naturales capaces de secuestrar 50 veces más rápido el carbono que las selvas tropicales (donde la vegetación es la principal fuente de carbono).
Daniel Donato y sus colaboradores, en un estudio publicado en el 2011 en la revista científica Nature Geoscience, estimaron que los manglares contienen, en promedio, 1,023 toneladas de carbono por hectárea, lo que los convierte en uno de los ecosistemas más ricos en carbono. Por ser tan ricos en carbono, la destrucción o alteración de los humedales podría liberar a la atmósfera enormes cantidades de CO2. Donato y su equipo calcularon que la destrucción de manglares a nivel mundial podría liberar, cada año, entre 73 y 440 millones de toneladas de CO2 (0.02-0.12 PgC).
Si la deforestación a nivel mundial contribuye con 8 a 20% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, los datos del equipo de Donato indican que del total de emisiones producidas por deforestación, la deforestación de manglares contribuye con hasta 10% de dichas emisiones.
¿Qué significa esta información ante un caso como el de Tajamar?
“El sedimento que recientemente fue expuesto en Tajamar pudo estar cientos de años enterrado y por condiciones como el agua salada y la falta de oxígeno no se descompone”, explica María Fernanda Adame, investigadora posdoctoral del Australian Rivers Institute en Queensland, Australia. “Al momento que se remueve la vegetación y el sedimento se expone al oxígeno del ambiente, todo se empieza a descomponer y cuando se descompone, ese carbono comienza a liberarse a la atmósfera. Si no se restaura Tajamar, el carbono que se estaría liberando sería de aproximadamente 133,000 toneladas de CO2, valuadas en 1.4 millones de euros en el Mercado de Carbono de la Unión Europea (European Union Emission Trading System)”, dice la especialista en ecología de humedales, quien en años recientes ha estimado el contenido de carbono de los humedales mexicanos.
Fuente: El Economista