Tres equipos científicos independientes participaron en el redescubrimiento de un reducido grupo de batracios en bosques montañosos cerca de Cuenca; y lo más importante, observaron que los sapos recién descubiertos no muestran indicios de quítrido, mortífero hongo al que atribuyeron su desaparición hace casi 15 años.
El redescubrimiento del sapo del Azuay es muy significativo, pues fue la primera especie de Centro y Sudamérica en que se confirmó la infección por quítrido, hoy extensamente diseminada.
Los sapos Atelopus bomolochos, cuyo color varía del anaranjado al olivo, fueron arrasados por el hongo que, en combinación con otros factores, ha devastado otras especies de anfibios y ocasionado la extinción de muchas en los últimos 25 años. (Lee: La rana que impactó a la ciencia)
“Los sapos arlequines [término común que describe al género Atelopus] equivalen a los dodos y los lobos de Tasmania”, dice Juan Manuel Guayasamín, director del Centro de Investigación en Biodiversidad y Cambio Climático de la Universidad Tecnológica Indoamericana de Quito.
“Sabemos que, en algún momento de la historia, fue una especie abundante”, agrega Guayasamín.
Y después dejó de serlo. “De vez en cuando, alguien decía que había visto un ejemplar, pero siempre se trataba de una equivocación. Hasta ahora”.
Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se considera que una especie se ha extinguido cuando, después de realizar investigaciones exhaustivas en el hábitat conocido o esperado, “no queda duda razonable de que el último individuo ha muerto”.
“Atelopus bomolochos son animales diurnos [activos durante el día], de color brillante y muy numerosos, de modo que su desaparición repentina se hizo notoria no solo para los científicos, sino también para los lugareños”, dice Guayasamín.
Por ello, cuando resultó imposible encontrarlos a partir de 2002, determinar que la especie se había ido para siempre “no fue mera cuestión de rareza o un mal procedimiento de muestreo”.
Si bien el término extinción puede parecer definitivo, se sabe de otros anfibios que han regresado de la muerte.
Algunos esfuerzos para encontrar supervivientes en peligro crítico han sido exitosos. Por ejemplo, en 2014, dos poblaciones de la rana de quebrada del Pacífico Sur reaparecieron en Costa Rica, país donde abundan los redescubrimientos.
Y en 2010, la búsqueda ininterrumpida de cien especies que, según los biólogos, podrían seguir presentes en pequeños reductos de sus territorios originales, produjo 15 redescubrimientos (y dos especies nuevas desconocidas por la ciencia).
El total incluyó dos ranas africanas “extintas”, una salamandra mexicana perdida, y seis especies haitianas que nadie había visto en 20 años.
Por supuesto, pese a que los sapos recién encontrados no están infectados por el hongo quítrido, su supervivencia no está garantizada.
Poco se sabe de la biología del sapo del Azuay, excepto que el apareamiento es un proceso bastante lento. “Cuando llega el momento de reproducirse, las parejas son muy obstinadas”, informa Guayasamín.
Se aparean en arroyos y “el amplexo [la posición sexual, donde la hembra lleva al macho sobre la espalda] puede prolongarse más de un mes, y en ese tiempo el macho no se alimenta”.
La hembra puede poner cientos de huevos que, a partir de entonces, son vulnerables a los depredadores, incluidas truchas no nativas que engullen rápidamente toda la postura.
Además del hongo quítrido, la destrucción de hábitat es la mayor amenaza para Atelopus y demás anfibios de Centro y Sudamérica. Otras dos inquietudes específicas de los expertos son el acelerado desarrollo de plantaciones de palmas de aceite, así como el cambio climático.
Por ello, aunque haber encontrado la especie perdida ofrece esperanza, los obstáculos para impedir que desaparezca realmente, son colosales.
“Tenemos por delante la parte más complicada, encontrar la forma de asegurar la persistencia de la población descubierta” en un país cuyas regiones silvestres se están transformando de manera radical, apunta Guayasamín.
“Hacen falta fondos, colaboraciones entre universidades, gobierno y centros de investigación”, y la lucha continua para aprender a convivir con la vida silvestre, al tiempo que aprovechamos los recursos naturales del país.
No es fácil, reconoce, pero “cada redescubrimiento nos brinda una segunda oportunidad para hacer bien las cosas”.
Varios grupos participaron en el redescubrimiento de los sapos, incluidos la organización conservacionista Tropical Herping; el Zoológico Amaru en Cuenca, Ecuador; y la Universidad Tecnológica Indoamericana. Científicos del Ministerio del Ambiente de Ecuador y la Universidad de Azuay, en Cuenca informaron sobre el avistamiento inicial.
Fuente: Nat Geo