El mundo es un abismo que separa sin remedio a quienes gozan la riqueza extrema de quienes padecen la pobreza extrema.
El más reciente estudio de la organización internacional OXFAM, es crudo diagnóstico. Le pone número al drama mundial de la desigualdad.
Según OXFAM, en 2015, sólo 62 personas concentraron la mitad de la riqueza mundial; ese puñado de privilegiados tiene la misma cantidad de dinero que la mitad de la humanidad –3 mil 600 millones de pobres.
Y todo va a estar peor.
Cada año la concentración de la riqueza es mayor entre quienes tienen cada vez más.
Nuestro país no es excepción.
OXFAM capítulo México revela que sólo cuatro empresarios concentran casi el 10% del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, una décima parte de toda la riqueza. Unos cuantos reciben el 21% del ingreso nacional, idéntico porcentaje de la riqueza que se distribuye entre los 55 millones de mexicanos miserables.
El estancamiento económico no ha hecho mella en las grandes fortunas, por el contrario, los mayores empresarios del país, dueños de compañías de telecomunicaciones, minería y finanzas, han consolidado sus cuentas mientras se achica la clase media y aumenta la cifra de los desposeídos.
Esto no es un fenómeno espontaneo.
La formación de grandes fortunas ha sido propiciada por la desincorporación de áreas que antes permanecían en control del Estado, y reglas que favorecen actividades monopólicas.
Los villanos de este cuento de horror no son los señores del billete sino los funcionarios responsables de las políticas sociales que han fracasado en reducir la pobreza y mejorar la distribución del ingreso.
Si bien la tendencia es mundial, en Latinoamérica, México y Chile se disputan el primer lugar en desigualdad.
La concentración de la riqueza en poquísimas manos no es un asunto anecdótico ni tampoco resultado de una trasnochada lucha de clases. La falta de recursos condena a los más pobres al hambre y a la falta de oportunidades. Sin preparación, millones de mexicanos son excluidos de cualquier posibilidad de desarrollo lo cual impide elevar su calidad de vida. La exclusión económica y educativa cierra además las puertas de la participación política; quienes no conocen sus derechos con incapaces de organizarse y estructurar demandas en busca de un cambio justiciero, condenados como están a invertir todo su tiempo y esfuerzo en sobrevivir.
La desigualdad es abismo y vicio. La perversión de Saturno que devora a sus miserables hijos.
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