Asomado al balcón central de la Basílica de San Pedro, Francisco pronunció su bendición “urbi et orbi” (a la ciudad y al mundo) ante una multitud congregada en la plaza vaticana después de, como marca la tradición, escuchar los himnos de Italia y del Vaticano.
“Que la alegría de este día ilumine los esfuerzos del pueblo colombiano para que, animado por la esperanza, continúe buscando con tesón la anhelada paz”, dijo en italiano, en su única referencia a un conflicto latinoamericano durante el mensaje.
Más adelante instó a los israelíes y los palestinos a retomar el diálogo directo y alcanzar un entendimiento que permita a los dos pueblos convivir en armonía, superando un conflicto que les enfrenta desde hace tanto tiempo, con graves consecuencias para toda la región.
Demandó que el acuerdo alcanzado en el seno de las Naciones Unidas logre cuanto antes acallar el fragor de las armas en Siria y “remediar la gravísima situación humanitaria de la población extenuada”.
Urgió a lograr “el apoyo de todos” para el acuerdo que busca superar “las graves divisiones y violencias” que afligen a Libia.
Rogó a la comunidad internacional a poner “su atención de manera unánime” para que “cesen las atrocidades” en Irak, Yemen y en el África subsahariana.
Esos actos, agregó, causan todavía numerosas víctimas, provocan enormes sufrimientos y no respetan ni siquiera el patrimonio histórico y cultural de pueblos enteros.
Recordó a cuantos han sido golpeados por “atroces actos terroristas” en París, Beirut, Bamako, Egipto y Túnez. Especialmente mencionó a las víctimas de las “recientes masacres en los cielos”.
Imploró que el niño Jesús dé consuelo y fuerza a quienes son perseguidos por causa de su fe en distintas partes del mundo. “Ellos son nuestros mártires de hoy”, exclamó.
Pidió paz y concordia para las poblaciones de la República Democrática del Congo, de Burundi y del Sudán del Sur para que, mediante el diálogo, se refuerce el compromiso común en vista de la edificación de sociedades civiles animadas por un sincero espíritu de reconciliación y de comprensión recíproca.
“Que la Navidad lleve la verdadera paz también a Ucrania, ofrezca alivio a quienes padecen las consecuencias del conflicto e inspire la voluntad de llevar a término los acuerdos tomados, para restablecer la concordia en todo el país”, añadió.
Al inicio de su mensaje llamó a todos a abrir sus corazones a la gracia de la Navidad, porque –continuó- Jesús “es el día luminoso” que surgió en el horizonte de la humanidad; el “día de luz que disipa las tinieblas del miedo y de la angustia”; el “día de la gran alegría para los pequeños y los humildes”.
Aseguró que sólo la misericordia de Dios puede liberar a la humanidad de tantas formas de mal, “a veces monstruosas”, que el egoísmo genera en ella; sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones y abrir nuevas perspectivas para realidades humanamente insuperables.
“Donde nace Dios, nace la esperanza. Donde nace Dios, nace la paz. Y donde nace la paz, no hay lugar para el odio ni para la guerra”, precisó.
Lamentó que pese a la esperanza de la Navidad, todavía hoy muchos hombres y mujeres son privados de su dignidad humana y, como el niño Jesús, sufren el frío, la pobreza y el rechazo de los hombres.
Por eso deseó que este día llegue la cercanía de todos los cristianos a los más indefensos, especialmente a los niños soldado, a las mujeres que padecen violencia, a las víctimas de la trata de personas y del narcotráfico.
Auguró que no falte nuestro consuelo a cuantos huyen de la miseria y de la guerra, viajando en condiciones muchas veces inhumanas y con serio peligro de su vida.
Suplicó que sean recompensados “con abundantes bendiciones” todos aquellos, personas privadas o Estados, que trabajan con generosidad para socorrer y acoger a los numerosos emigrantes y refugiados, ayudándoles a construir un futuro digno para ellos y para sus seres queridos, y a integrarse dentro de las sociedades que los reciben.
Solicitó que, en este día de fiesta, vuelva la esperanza para cuantos no tienen trabajo, los cuales “son tantos” y que Dios sostenga el compromiso de quienes tienen responsabilidad públicas en el campo político y económico, para que se empeñen en buscar el bien común y tutelar la dignidad toda vida humana.
“Donde nace Dios, florece la misericordia. Este es el don más precioso que Dios nos da. Que el señor conceda, especialmente a los presos, la experiencia de su amor misericordioso que sana las heridas y vence el mal”, completó.
Fuente: El Diario de Yucatán