Es el punto de distribución de alimentos más grande de México y, sin embargo, en la Central de Abasto (Ceda) del DF, las verduras, frutas, legumbres y carnes, que llegan a la mesa de miles de capitalinos, son movidas entre montones de basura.
Ahí, bajo el sol -y en ocasiones entre charcos-, se generan montañas de desperdicios, como sobras de carnes, mariscos, frutas y verduras en proceso de putrefacción.
En tanto, algunos alimentos se llevan a las bodegas, donde se seleccionan antes de ser presentados, en apariencia limpios, al público.
Sin embargo, en otros casos, mujeres y hombres limpian la mercancía en pasillos y patios de maniobra entre montones de basura.
Como Marina, quien desde hace 18 años ha limpiado verduras entre los desperdicios para luego venderlas en los pasillos.
«Llegué de Veracruz hace muchos años y fue el único trabajo estable que encontré en la Ciudad. Al principio no me gustaba por los olores, pero ya me acostumbré», cuenta.
Diariamente, en la Ceda se mueven alrededor de 30 mil toneladas de productos y se generan más de 850 toneladas de desechos.
Y aunque en 2013 Julio Serna, coordinador general de la Central de Abasto, anunció un programa de rehabilitación integral con una inversión de 500 millones de pesos -para lo cual se incrementó el cobro de peaje-, los locatarios acusan que no han visto mejoras en la recolección.
«La basura está a diario. Este lugar apesta. Los malos olores provocan que la gente ya no quiera regresar. La basura la recogen cuando quieren.
«En temporada de lluvia se encharca horrible, pero a nosotros nos cobran 120 pesos por meter un camión», se queja un locatario del mercado de flores y hortalizas.
Aun así, hay chefs que refieren en sus páginas de internet ser clientes de la Ceda.
Los vendedores de la Central también presumen que surten a diversos restaurantes de la Ciudad.
«Aquí vienen de todos los restaurantes (…) Ellos mismos vienen en camionetas desde temprano a comprar la comida. Lo sabemos porque llevamos una relación con ellos desde ya hace muchos años», afirma Apolonio Sánchez, locatario del mercado de verduras.
Lejos de disfrutar el aroma de uvas, mandarinas y peras o de las verduras frescas rociadas con agua, la clientela de la Central se lleva en la memoria la pestilencia que despide la basura.
La imagen de los desperdicios almacenados en el estacionamiento o en las escaleras que dan acceso a los pasillos se graba en la memoria de las 370 mil personas que, a diario, acuden a comprar alimentos o de los trabajadores que ahí laboran.
«Veo mucha gente pepenando, hasta hay algunos que ahí mismo comen. No es la zona de los mariscos, pero chillan los ojos cuando pasas por los montones de basura. Siento que nunca limpian.
«Es la primera vez que vengo con mi familia. Mucha gente nos habla maravillas de aquí, pero siempre nos advierten de la basura. No me dan ganas de comer, porque vi un grupo de ratas antes de bajar del auto», dice Concepción Velázquez, visitante del mercado.
Luego de trabajar 20 años como diablero en la zona de frutas y legumbres, Flavio García, originario de Oaxaca, asegura que está completamente acostumbrado a la fetidez de la basura.
«Ya son costumbre los malos olores y eso que no ha llovido, porque el mosquerío se ve por todas partes. Moscas panteoneras que tenemos que estar espantando de los andadores para que la gente se asome a comprarnos.
«Nos traen las frutas empaquetadas, porque si no se echa a perder más fácil. Pero da lo mismo, llegando aquí es bautizada por tanta mosca», narra García.
El problema de los desperdicios rebasa a los trabajadores de limpia que se afanan en recoger y trasladar 850 toneladas diarias de basura a los depósitos establecidos.
Miguel Hernández, encargado de una bodega de verdura en el andador K-L, asegura que durante los últimos dos años se recogen los montones de basura cada dos días. Sin embargo, reconoce que, al menos, con la actual administración de la Central no tienen que pagar al camión de basura por llevársela.
«Con Raymundo Collins (anterior administrador de la Central) todo era un negociazo. Teníamos que pagar cuotas por el agua, por descargar los camiones y porque se llevaran la basura. A los basureros les teníamos que rogar venir a recogerla. Aunque no parezca, el olor se metía hasta los pasillos en temporada de calor y los clientes pensaban que los productos estaban podridos.
«Hay un ligero cambio, pero hay pasillos donde los locales, como éste, son literalmente basureros. Hay fauna nociva y tenemos que lidiar con eso porque es comida», asegura Hernández.
Comida que, según las estadísticas de la propia Central, representa el 80 por ciento de los alimentos que consume la Ciudad.
En la zona del nuevo mercado de La Viga, perteneciente a la misma Central y en la cual se comercia pescado y marisco, la situación no es distinta: las tripas de los pescados se arrojan al piso, al tiempo que los vendedores despachan a los clientes.
«Ni toda el agua y cloro nos alcanza para quitarnos el olor a pescado, hay que comprar con guantes y traer pinzas en la nariz», bromea Mariano, un limpiador de pescado.
Fuente: Reforma