Disfrazado de Bronco, –rompiendo protocolos– Jaime Rodríguez Calderón intentó entrar al Palacio de Gobierno de Nuevo León a lomos de Tornado; la multitud –en la Macroplaza– lo impidió. O cabía el gobernador, o cabía el caballo asustado.
El primer gobernador sin partido –eso sí–, aprovechó cada minuto de su mensaje para fustigar a su antecesor, Rodrigo Medina… y a su papá también.
El Bronco acusa haber encontrado “una casa sucia, las columnas derruidas, fugas por muchas, el techo cayéndose en otras, y para acabarla de fregar, hipotecada (…) donde muchos se creyeron reyes y no gobernantes”. Promete un gobierno sin componendas ni complicidades: “seré una garrapata para los alcaldes”, advierte dicharachero y entrón.
El discurso –encendido– regaló a Medina olvido y desprecio…
¿Siembra vientos para cosechar tempestades?
En papel de rockstar de la política norteña, Jaime Rodríguez aún no ha tenido tiempo de articular un plan de gobierno. Pide cien días.
El equipo del Bronco arranca incompleto. Falta el apoyo del Congreso para crear la figura del Coordinador de Gabinete, cargo prometido a Fernando Elizondo, la mano política detrás del éxito del ex alcalde de García.
EL MONJE LOCO: El Bronco –genio y figura hasta la sepultura– trepó a lo más alto del Cerro de la Silla; dice que sabe montar. ¿El señor Rodríguez –echador y pendenciero– está extraviado en un personaje de opereta?