Es con el corazón pesado que uno sale de Lecciones del 68: ¿por qué no se olvida el 2 de octubre? En una parte del recorrido de la exposición del Museo Memoria y Tolerancia el espectador tiene que caminar sobre un piso de cristal. En el suelo, del otro lado del vidrio, hay zapatos tirados, ropa rota, juguetes… Es como caminar por la Plaza de la Tres Culturas esa tarde aciaga. Son los restos del caos y de la tragedia.
Sí, se sale con el corazón pesado, pero la exposición es uno de los homenajes más balanceados que se han hecho no sólo de la noche triste del 2 de octubre de 1968, sino de todo el movimiento estudiantil que le precedió.
El 2 de octubre no se olvida porque tuvo causa y consecuencias bien integradas en nuestra historia mexicana contemporánea. Los creadores de la exposición recurrieron a varios académicos, intelectuales e historiadores (personajes de un perfil tan público como Sergio Aguayo, Elena Poniatowska y Luis González de Alba, entre otros) para crear su guión, pero el recorrido no se siente anquilosado ni rígido. Cualquier persona puede sentirse cercana a los hechos y comprenderlos. Literalmente nos ponen los pies y las manos en las manifestaciones.
Grafiti, volantes, prensa del mundo son algunos de los materiales de los que se vale ¿Por qué no se olvida el 2 de octubre? Para hacernos vívida la historia. “¿Quieren conocer México? Visita las cárceles?”, nos grita uno de los volantes que circularon de mano en mano aquellos meses de exaltación.
Pero pensemos en la repuesta a la pregunta que se nos plantea: ¿por qué no se olvida el 2 de octubre? Según Aguayo, entre otras razones, por las demandas básicas del movimiento: la creación de una sociedad civil autónoma con sus propios valores ajenos al papá-gobierno, el reflejo de esa búsqueda en elecciones libres y competidas, y el reconocimiento de que la sociedad mexicana está formada por grupos diversos: derribar el mito de la “gran familia mexicana”.
Decimos que la exposición es balanceada porque reconoce los matices de la situación. Así como en el gobierno de Díaz Ordaz y en las generaciones mayores había cerrazón ante lo que percibían como una locura suicida de la muchachada, también, nos explica el texto de sala, había corrientes más abiertas que buscaban comprender y atender al movimiento.
Y también en el propio movimiento había diversidad: manifestantes pacíficos y otros que sólo veían la solución en la violencia. La bomba molotov era el símbolo de estos últimos. La generación del 68 se politizó rápidamente gracias a su contexto: la Guerra Fría, por supuesto, pero también gracias a un tren ya encaminado durante años alimentado por el combustible de manifestaciones populares reprimidas. La exposición enlista a 12 movimientos populares en la década anterior.
En aquellos años, nos informan no sin cierta ironía, había transparencia: se hacía lo que el presidente decía. Eran años complejos, casi de película. Había espionaje interno y una columna especialmente incendiaria que se publicaba en el diario La Prensa, dictada palabra por palabra desde la Secretaría de Gobernación, en la que se condenaba con índice de acero a los jóvenes y sus nuevos modos de ser.
Aquella noche triste
¿Por qué Tlatelolco? Porque los vecinos miraban con ojos solidarios al movimiento. Arquitectónicamente los edificios de la unidad habitacional eran símbolo de una clase media creciente que no se sentía ajena a lo que sucedía en las calles del DF durante esos meses en los que los estudiantes tomaron el espacio público para hacerlo suyo, algo que no había sucedido desde la Revolución.
Según la exposición, a la manifestación del 2 de octubre asistieron 8,000 manifestantes. Y por cada uno de ellos había un miembro de la fuerza pública, algunos, los más terribles, encubiertos.
El Ejército llamó a aquel día “La trampa de Tlatelolco”, una plaza, la de la Tres Culturas, sin salida. Qué miedo se siente en esta parte del recorrido. Uno siente que la desgracia es implacable.
En el fuego cruzado, según la fuente oficial, hubo 20 muertos esa noche triste. Según otros, como el diario inglés The Guardian, murieron 267 personas. Manifestantes todos ellos, aunque la exposición se toma el espacio para preguntarse si entre esos caídos no hubo también miembros de las Fuerzas Armadas.
La exposición cierra recordándonos que lo que sucedió en Tlatelolco se parece a lo sucedido a los 43 de Ayotzinapa, aunque haya causas y razones diferentes.
Lecciones del 68: ¿por qué no se olvida el 2 de octubre? No pide que seamos empáticos y nos caigamos en aquella otra forma de violencia: la indiferencia.
Fuente: El Economista