Por primera vez en más de 100 años, un ayuntamiento mexicano erige una estatua en honor del general que mandó los destinos del país durante más de tres décadas en el siglo XIX y a principios del XX, justo antes del estallido de la revolución: Porfirio Díaz.
La ceremonia en homenaje de una de las figuras más polémicas de México (para unos es el mejor estadista del país, para otros la bestia negra que mejor representa sus grandes problemas) reunió esas contradicciones. La idea de rendir honores a Díaz vino de un alcalde del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la fuerza política que lo reemplazó en el poder y que reunió a varias de las fuerzas que se habían levantado en su contra a inicios del siglo XX: Juan Manuel Diez Francos, regidor de Orizaba, Veracruz, a 265 kilómetros al este de la capital de México.
Díaz (Oaxaca, 1830 – París, 1915) fue presidente de México en nueve ocasiones entre 1876 y 1911. La construcción de la red de ferrocarriles del país, ahora apenas una sombra de lo que fue en su día, fue uno de los principales ejes de su economía. Mantuvo una política de apertura al capital extranjero, lo que impulsó el desarrollo de la explotación de los recursos energéticos y minerales del país y abrió una etapa de desarrollo tecnológico que mantuvo al país como punta de lanza en la región.
No obstante, gobernó al país con puño de hierro. Controló la libertad de prensa, utilizó al Ejército para reprimir movimientos campesinos y sofocó las huelgas que exigían mejoras en las condiciones de empleo. La desigualdad que aún reina en México data de aquel entonces y su mandato concluyó con el estallido de la revolución mexicana, que le obligó a exiliarse en París donde murió meses después de su llegada.
La ceremonia se celebró a solo cinco kilómetros del pueblo de Río Blanco, donde hace más de 110 años ocurrió una rebelión obrera para exigir mejoras salariales y denunciar condiciones que rozaban la esclavitud. El Gobierno de Porfirio Díaz respondió con una dura represión que dejó al menos 400 obreros muertos.
Diez Franco no es el único político priista que ha terminado porfirista. La figura de Díaz había permanecido en desgracia después de que tras más de diez años de una sangrienta batalla (que mató al 10% de la población del país) hasta que a finales del siglo XX, durante el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) quitó el adjetivo de «dictador» que siempre había acompañado a su nombre en los libros de texto escolares.
La estatua fue desvelada entre cuatro de sus descendientes y políticos simpatizantes que reconocían en Díaz una figura que colaboró al avance de México. «Es un reconocimiento al presidente que supo gobernar a un país en tiempos difíciles», explicó Díaz. Pero la idea no fue aplaudida por todos. También se escucharon gritos de «¡Asesino!» y «¡Traidor». El alcalde, que aclaró en la ceremonia que la estatua se pagó con dinero privado y no público, resumió: «La historia verdadera nos manda claroscuros, pero al final don Porfirio nos entregó un país mucho mejor al que recibió». Un país, no obstante, que después de que dejase el poder fue testigo de una de las peores guerras que ha vivido el mundo. México perdió más de un millón de habitantes durante los más de diez años que duró la revolución mexicana.
Fuente: El País