MARIO MELGAR ADALID* | Columnista de El Universal
La ausencia de críticas sobre el nombramiento de Miguel Basáñez ha resultado un triunfo para el presidente Peña Nieto. Nadie ha cuestionado a Basáñez y la censura ha sido por no pertenecer al servicio diplomático.
Existen en la historia destacados embajadores que no habían sido diplomáticos previamente, cuyas prendas personales avalaron su designación. La lista es larga pero refiero el nombre, si bien controversial, de Joseph P. Kennedy. Sin ninguna experiencia diplomática previa, el padre del presidente John F. Kennedy, designado por Franklin D. Roosevelt, estuvo en Inglaterra en los aciagos años previos a la II Guerra Mundial. O el de Tony Garza, buen embajador, tan ligado a México que hasta decidió vivir en el DF, después de concluido su encargo. Ahora trabaja las relaciones México-Estados Unidos desde otra perspectiva.
México ha enviado a Estados Unidos a embajadores sin experiencia diplomática: José Juan de Olloqui, Hugo B. Margáin (en dos ocasiones) Jesús Reyes Heroles G.G. y Jesús Silva Herzog F., por sólo mencionar algunos. Todos ellos hicieron un exitoso papel. Uno de ellos, Antonio Carrillo Flores, como Basáñez, abogado egresado de la UNAM, profesor universitario y autor de múltiples textos e investigaciones.
Refiere Carrillo Flores que cuando el presidente López Mateos lo consideró como embajador mexicano en Washington, trató infructuosamente de disuadirlo: “No tengo experiencia diplomática, bueno ni siquiera mi aspecto físico ayuda, no soy lo que se espera de un diplomático”. Más adelante, después de su exitosa gestión diplomática en EU, nada menos que la bujía de los fastuosos encuentros de López Mateos y Kennedy, el presidente Díaz Ordaz lo invitó a ser secretario de Relaciones Exteriores, según se cuenta, por sugerencia del presidente Lyndon B. Johnson, amigo de don Antonio.
No es pues necesario ser miembro del servicio diplomático de carrera para ser un buen embajador, como no se requiere participar en la carrera judicial para ser un buen ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, o ser miembro del servicio civil de carrera para ser un buen servidor público. En la diplomacia, como en muchas otras actividades, “el hábito no hace al monje”.
Lo que un buen diplomático debe realizar es la representación digna y hábil del Estado al que pertenece evitando riesgos, costos y obteniendo oportunidades y beneficios claves para su país. En esta función, el manejo oportuno de la información resulta de particular importancia. Miguel Basáñez posee las herramientas para cumplir con el encargo.
La relación México-Estados Unidos es, efectivamente, asimétrica: el país más poderoso del mundo frente a un país pujante pero muy desigual y enfrentando retos complejos. Por eso es vital que los embajadores en Estados Unidos sean mexicanos excepcionales.
Basáñez pertenece a una generación de abogados formada tal vez por los mejores maestros de la Facultad de Derecho de la UNAM. Como si fuera premonitorio, uno de los internacionalistas más reconocidos de México, César Sepúlveda, era el director entonces de la Facultad a la que ingresamos. Nada menos que el creador y fundador del Instituto Matías Romero donde se forman los funcionarios del servicio exterior mexicano.
En esta generación se nos enseñó la dignidad de ser abogados, la importancia de trabajar con honestidad y pasión por México. Miguel ha dedicado su carrera profesional a fortalecer nuestra democracia, así como a vincular a México con el sector académico de Estados Unidos. Ha intentado la integración de ambos países, pero buscando fortalecer el propio. La embajada de México en EU será una posición idónea para continuar trabajando en dicho sentido. Exactamente como hubiera querido el profesor César Sepúlveda, el añorado director de nuestra Facultad.
Por lo pronto nuestra generación, la 65, está orgullosa de tener en sus filas a un digno embajador en EU, como es previsible que lo confirme el Senado.
*Miembro del SNI.
@DrMarioMelgarA