A Pedro Friedeberg no le gustan las entrevistas, aun así, el llamado último excéntrico nos recibió en su casa-estudio en la colonia Roma.
El interior es una galería viva, su obra respira en cada rincón. En las tres salas hay cuadros, esculturas y muebles, mesas con manos, tableros de ajedrez con piezas aladas, escaleras surrealistas, aviones o, por supuesto, la emblemática mano.
El artista de 79 años ingresa a la sala con un ejemplar de The New Yorker, la considera la mejor revista del mundo, la abre y saca un sobre escrito por los dos lados.
___Como no me gustan las entrevistas, preferí entrevistarme.
Hay escritas 16 preguntas y respuestas, en la parte superior se lee: “¡Qué flojera las entrevistas!”.
___¿Por qué no le gustan las entrevistas?
___Siempre preguntan lo mismo: ¿Qué significa la mano?
Tras prometer que no preguntaríamos sobre la icónica silla-manocreada en 1962, se sentó en una silla-mano de fibra de vidrio, imitación que compró en Cuernavaca.
El sobreviviente de Los Hartos, movimiento pos dadaísta creado en 1961 por Mathias Goeritz, mantiene en su obra reciente su toque absurdo y sarcástico.
La galería Ethra, en la colonia Juárez, expuso este año más de 40 obras de la última etapa de Friedeberg, algunas también fueron mostradas en la última edición de Zona Maco, feria a la que el artista no asiste para no tener que saludar a todos los integrantes del mundo del arte, dice con tono burlón.
“Prefiero ir a las playas de Veracruz a buscar conchitas, o si quiero ver arte voy a la iglesia de Santa María Tonantzintla en Puebla, eso sí es arte”.
Para Pedro Friedeberg el arte ha muerto, se ha banalizado, en parte por la tecnología, y en el mundo ya no hay lugar para la imaginación. Su cuadro Social media o la estupidez del siglo XXI, a la venta en Ethra, refleja con ironía el uso de las redes e Internet.
“No entiendo nada de eso, no tengo ni celular, ni computadora, ni horno de microondas; no me gustan mucho las máquinas, me gusta el sacapuntas, y la máquina para hacer espagueti”, explica.
Las máquinas que le gustan son las de corte dadaísta, como la autodestructora de Jean Tinguely, o la lavadora que veía embelesadoMr. Magoo creyendo que era una TV.
El arquitecto nacido en Florencia, platica que de niño, en 1943, acompañaba a su mamá a sus clases en San Carlos, y recuerda a los alumnos pintar desnudos de una forma muy humana y acogedora.
“Las nuevas propuestas son muy bobas, no comprendo cómo gente educada puede producir esas porquerías al estilo de ese estúpido que se llama Andy Warhol”, opina Pedro Friedeberg.
“El arte actual es pura moda, y como la gente no sabe nada de arte, compra lo que compró el vecino, porque críticos de arte nunca ha habido”. Para el escultor, Raquel Tibol sólo era una comunista necia.
En una de las mesas hay un pequeño Mickey Mouse de plástico. Lo toma, le da cuerda y lo coloca en la mesa para que camine. El personaje de Disney está presente en tres de sus cuadros.
“A cualquier cosa le pones un Mickey Mouse y se vende inmediatamente, es tan estúpido, desde que salió se convirtió en el nuevo Dios”, sigue con el sarcasmo.
Friedeberg sigue creando palacios surrealistas y ostentosos, la famosa mano en muebles, aviones de madera, partenonatos (partenones sin columnas) o cuadros abstractos inspirados en el arte automático de los surrealistas. También trabaja en una nueva línea de muebles que expondrá, quizás este año, en el museo Franz Mayer.
“Hoy en día todo el arte es absurdo, ya no veo arte serio, todo se ha vuelto tan banal y tan popular como la Elizabeth Taylor de Warhol”.
“Creo que todavía hay media docena de buenos artistas, está Daniel Lezama, Arturo Rivera, Octavio Ocampo, y yo… no, yo soy el peor, yo no sé dibujar ni un caballo, lo tengo que calcar, yo nada más estudié arquitectura y sé dibujar arquitectura muy bien”, concluye Pedro Friedeberg, amante del surrealismo y, con José Luis Cuevas, el último de los Hartos.
Fuente: Reforma / El Financiero