Preferir alimentos dulces y huir de los amargos es parte de la biología básica de los niños, adaptada para la supervivencia
A los bebés y a los niños les encanta el sabor dulce. De hecho, al pensar en azúcar y niños enseguida viene a la cabeza la imagen de Mary Poppins cuando canta a Jane y Michael Banks que «con un poco de azúcar, esa píldora que os dan, pasará mejor». Los dulces también nos gustan a los adultos, pero en la infancia el abanico de sabores es mucho más restrictivo y existe una innata aversión a los sabores amargos. ¿Cómo se explican estas preferencias azucaradas tan claras en los más pequeños? El presente artículo da respuesta a esta cuestión y también a una pregunta que se hacen muchas veces los padres: ¿por qué la mayor parte de los menores no quiere comer verduras?
La doctora Julie Mennella es una de las investigadoras de referencia sobre las preferencias de sabor del ser humano. Ha llevado a cabo decenas de investigaciones sobre esta cuestión. Aunque también se ha especializado en los efectos de la lactancia, del tabaco y del alcohol en la salud, destaca su contribución al conocimiento de los aspectos implicados en el desarrollo del gusto y del olfato. Mennella acaba de publicar, junto a la doctora Nuala K. Bobowski, un trabajo titulado ‘La dulzura y la amargura de la infancia: Perspectivas, desde la investigación básica, en relación a las preferencias gustativas’. Su investigación, que se recoge en la revista científica Physiology & Behavior, responde a por qué los niños adoran lo dulce y huyen de los sabores amargos.
¿Por qué la mayor parte de los pequeños no quieren verdura? La primera explicación, muy conocida en el ámbito científico, es que estos alimentos aportan pocas calorías. Es algo que detecta con gran eficacia el paladar del niño, que prefiere decantarse por otros alimentos más energéticos, que le ayudarán de forma más eficaz en su crecimiento y desarrollo. Pero existe otro motivo más que no se olvidan de mencionar Mennella y Bobowski: su sabor amargo. Los recién nacidos arrugan su nariz, sacuden la cabeza, agitan sus brazos y fruncen el ceño cuando se les expone al sabor amargo. Es un rechazo que disminuye con los años, pero que puede durar, en mayor medida, hasta la mitad de la adolescencia.
La leche materna, gracias a su contenido en lactosa, tiene un característico sabor dulce. Así, resulta imprescindible que el recién nacido prefiera la leche de su madre a otros alimentos; en caso contrario, moriría de desnutrición. Y así ocurre: los bebés nacen con la capacidad innata no solo de rechazar los sabores amargos, también de detectar y preferir el sabor de la leche materna.
El sabor dulce, en todo caso, no solo está presente en la leche materna: es uno de los sabores característicos de los alimentos con más calorías. Como las calorías son imprescindibles para que el niño crezca, ello explicaría que la preferencia de los alimentos dulces sea mayor en las etapas de crecimiento y se atenúe cuando finaliza la adolescencia, que coincide con la disminución del desarrollo físico.
Para revertir esta situación, las doctoras Mennella y Bobowski sugieren implementar políticas que se traduzcan en una población más y mejor informada. No debemos olvidar que el patrón de alimentación de los padres es decisivo para que sus hijos no solo se familiaricen con el consumo de comida sana, sino también para que tengan un buen ejemplo a seguir, tal y como amplió el texto ‘Come sano, tus hijos te observan’.
Fuente: Eroski Consumer