La nueva película de Marvel está innegablemente cortada con la misma tijera que sus previos filmes, con todo lo positivo y negativo que eso implica, aunque a una escala reducida y con mucha creatividad
Tras una introducción ambientada en los ’80 que sirve para sentar antecedentes y poner en pantalla a un par de favoritos secundarios del universo Marvel, el filme nos presenta a Scott Lang (Paul Rudd), un ladrón recién liberado de prisión que busca reformarse y ser un buen padre para su hija Cassie. Mientras tanto, el brillante científico Hank Pym (Michael Douglas) ve su peor pesadilla peligrosamente cerca de volverse realidad cuando su inescrupuloso pupilo Darren Cross (Corey Stoll) se acerca a replicar la tecnología que Pym inventó, capaz de reducir en tamaño a un hombre e incrementar su fuerza. Cross, obviamente, quiere aplicar este descubrimiento a fines militares. Ante este predicamente, Pym y su hija Hope (Evangeline Lilly) deciden poner las habilidades especiales de Scott a buen uso y darle el traje de Ant-Man, para que pueda llevar a cabo el robo del traje que Cross está creando.
Ahí está el “giro” de Ant-Man; Thor era una fantasía shakespeareana, la primera Capitán América era un filme de aventuras a la antigua, Iron Man 3 era una comedia de acción, Guardianes de la Galaxia era una “space opera” a lo Star Wars, El Soldado del Invierno era un thriller de espionaje y Ant-Man es una película sobre robos al estilo La Gran Estafa.
Hay, por supuesto, otro ingrediente clave en este filme: Edgar Wright, el brillante director de filmes excelentes como Shaun of the Dead y Hot Fuzz que fue el principal impulsor de Ant-Man en el cine, y quien iba a dirigir este filme hasta desvincularse antes del inicio del rodaje por diferencias creativas con Marvel, que lo reemplazó con Peyton Reed. Si bien es difícil saber exactamente hasta qué punto las ideas de Wright y su colega Joe Cornish sobrevivieron en el guión – que fue retocado por Paul Rudd y su director de Anchorman Adam McKay luego de la desvinculación de Wright – es innegable que la presencia del inglés se siente a lo largo del filme. Momentos como Scott probando suerte con un empleo normal parecen referencias directas al trabajo de Wright, y secuencias como la excelente pelea final están teñidas de la gran creatividad y el humor que Wright siempre imprimió en sus secuencias de acción.
En cierta forma Ant-Man puede percibirse como una manifestación de las preocupaciones que el siempre evolutivo experimento de Marvel ha generado en sus fans. ¿Cómo hacer emocionante una historia pequeña en un universo que ha lidiado antes con invasiones extraterrestres, deidades cósmicas y conspiraciones mundiales? Es ingenioso que el filme que viene después de la masiva acción destructora de ciudades de Era de Ultron presente su devastación a una escala diminuta, con el héroe escapando no de los escombros de edificios, sino de la destrucción de una pequeña maqueta de un edificio. Iron Man 3 y la serie de Daredevil han demostrado que no todo lo de Marvel después de Los Vengadores necesita ser masivo para causar impacto, y Ant-Man vuelve a exponer esa verdad.
Visualmente el filme es único sin dejar de encajar en el molde Marvel. Reed aprovecha de gran manera la perspectiva del mundo desde los ojos de un ser diminuto. “El mundo se ve distinto desde aquí abajo”, dice Pym, y Reed se regodea en la oportunidad de poner a su héroe en entornos normales que, vistos a escala microscópica parecen masivos y extraños; lanza a Scott por tuberías, sobre un tocadiscos en funcionamiento, en los túneles de un hormiguero y en muchas otras curiosas situaciones, y manda las cosas directamente al surrealismo cuando lleva el poder especial del traje de Ant-Man a su extremo lógico, y luego más allá.
Ant-Man es otra buena propuesta de Marvel, que sigue arreglándoselas para mantener el interés y la variedad en un universo que, uno pensaría, a estas alturas ya debería sentirse gastado. La fórmula es la misma de siempre: poner cerebro y corazón detrás de los efectos especiales.
Fuente: ABC Color