Categorías: Cultura

Museo Numismático, un tesoro al final del laberinto

Publicado por
Gema Hernández

Tras sortear caos vial y comerciantes informales en la Ciudad de México, se entra al mundo de la acuñación.

La nave industrial donde se fundían las aleaciones con que se elaboraban las monedas de uso corriente en México es uno de los rincones mejor conservados, poco conocidos y más deslumbrantes del centro de la Ciudad
 de México.

Se trata también del museo más recientemente abierto al público en general en la capital del país que, sin embargo, debe vencer varios obstáculos para atraer más visitantes.

Y es que para llegar a la inmensa nave de la fundición o a los cuartos de máquinas troqueladoras, se deben sortear el intenso tránsito de la calle Perú, el desbordado comercio informal y los autobuses que salen en sentido contrario de la calle Apartado, además de buscar un estacionamiento cercano y seguro.

El esfuerzo valdrá la pena: el museo es impactante, primero por las dimensiones de la nave central, iluminada muy tenuemente. Su estado de conservación es notable y tiene un tono sombrío debido a las décadas de trabajo en que los humos, polvos y vapores pintaron de negro las columnas, bóvedas y paredes.

En una columna, un calendario marca que el trabajo con los metales se suspendió en octubre de 1992 para mudar la fundición a recintos en otros puntos de la ciudad y del país.

Sin embargo, las herramientas y equipos de trabajo fueron dispuestos por los curadores del museo para dar la apariencia de que la jornada laboral apenas concluyó y sólo se espera la entrada del siguiente turno de obreros.

Así, descansan carros, crisoles, moldes, viguetas, palancas, ganchos, tenazas, básculas, mazos, que alguna vez llenaron de fragor
este lugar.

Ahora, apenas se alcanza a escuchar muy tenue el sonido intenso del tránsito o de los equipo de audio de los locales y plazas comerciales
del entorno.

En naves industriales anexas, la maquinaria para moldear y troquelar los metales está apagada y sólo se utilizan para las demostraciones a los visitantes, pero si fuera necesario podrían volver a producir la moneda común del país.

A la Casa del Apartado, de donde recibe su nombre la calle, se llevaban las rocas en las que el oro y la plata permanecían unidas. Ahí se realizaba la separación o el apartado de los metales mediante una suerte de alquimia que requería el uso de ácido sulfúrico que se producía en la misma nave industrial anexa.

Al salir del recinto, en los alrededores se aprecia una frenética actividad comercial, señal de que en la caótica Apartado el dinero sigue siendo el signo vital de esta zona.

Fuente: Excélsior 

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Gema Hernández