RAMÓN OJEDA MESTRE | Organización Editorial Mexicana
Es una desgracia que México no tenga ferrocarriles. En una verdadera vergüenza que en pleno siglo XXI tengamos menor y peor servicio de ferrocarril de pasajeros que con el dictador Porfirio Díaz en 1910. Es increíble que el tren más conocido sea ese de carga llamado «La Bestia», dicho sea sin ánimo de ofender a quien le quede el saco. Países europeos más chicos que nosotros tienen espléndidos servicios de ferrocarril que no nada más fortalecen su economía, sino que ayudan socialmente y permiten el turismo, la recreación y la integración nacional e internacional de sus culturas.
En el tren de la ausencia me voy, quizá en ese vagón que inmortalizó la famosa soldadera de la revolución con sus ojotes de asombro o miedo. En Estados Unidos, hasta un personaje famoso tienen, que fomenta el amor al tren en su niñez, el simpático Thomas the Train. En México aún existe la hermandad ferrocarrilera con su overol azul, paliacate rojo y los más lujosos hasta con su reloj de bolsillo con cadena y desde luego el tren realzado en la parte trasera del mollejón circular de oro, plata o acero, según su peculio, desde Garrotero hasta Conductor. Quien sepa de amores que calle y comprenda.
En Rusia, en la India, en China, hay trenes para aventar pa´rriba. Allá por Rumanía he viajado hace poco con mi madre en trenes de primera, de segunda, de tercera y de cuarta, sí hay de todo, los de cuarta son de tres pisos y ya se imaginará cómo están, porque son del principio de la Segunda Guerra Mundial. Pero la gente campesina o humilde va y viene por su país sin problema y puntualmente.
Los cristianos que cada vez abundan más, tienen un musical muy bonito para los niños llamado El tren de la Vida, que no es precisamente aquel que inmortalizara a Enest Bornigne el fiero conductor que perseguía a los vagos que viajaban de «mosca» como ahora nuestros pobres indocumentados centroamericanos. Si ya privatizamos, extranjerizamos y vendimos las concesiones a los americanos ¿por qué aún no tenemos trenes decentes de pasajeros para ir a Laredo o a Veracruz? ¡Ah, Cuanto añoramos el Mexicano o el Interoceánico!
Hemos viajado en Nagoya, en el tren más veloz que haya conocido; sin ruido, hermoso, elegante, con internet, contacto eléctrico, pantallas, audífonos, todo, y qué pero le pone al que cruza por debajo el Canal de la Mancha de Inglaterra a Francia. Máquina 501,merecido homenaje a Jesús García Corona, el héroe de Nacozari, con el Charro Avitia. Usted libidinosa lectorcilla traviesa y juvenil, ni siquiera sabe dónde está Nacozari. No la culpo, solo la pico. Lépero. Ni se acuerda del Pullman en el cual trabajaba mi tío abuelo Antonio Ojeda Falcón en Veracruz.
¿Se imagina a Dostoievsky sin el ferrocarril o a Anna Karenina?, ¿Quién escribió El Tren Pasa Primero? Seguramente sabe del Expreso de Oriente o del Tren de Media Noche la novela de Denyse Woods.
No nos desviemos, pues nos dirán desviados y no descarrilados. El hecho real y positivo es que México no tiene los trenes, los ferrocarriles, que necesita, merece y puede. Diga usted lo que diga, así sea de la mafia camionera, que merece mi respeto, pues también soy esqueleto de autobús desde hace décadas cuando venía hebdomadariamente de Orizaba.
Por favor no sea haragán y lea de Lily Litvak en El Tiempo de los Trenes o los poemas ferroviarios de Campoamor. «Como inmenso gusano de luz, el monstruo tenía bajo la panza bastante claridad para que por ella se pudiera distinguir la extraña figura. Era un terrible unicornio, que por el cuerpo arrojaba chispas y una columna de humo.» Alas 1973.