¡Todos están en falta! Así de claro ha sido Flavio Galván Acosta, Presidente del Tribunal Electoral, al advertir que ningún partido llegará limpio a la cita del próximo domingo.
Mañana, a la medianoche, terminan las campañas; hasta ahora se cuentan 14 mil 566 denuncias, mas las que se acumulen… sin contar la quejas que habrá el día de la jornada electoral… y las horas posteriores.
Se trata sin duda de las elecciones intermedias más complejas y judicializadas de las historia; ya lo verá. Las denuncias rebasan siete veces las quejas registradas durante el proceso electoral 2008-2009, según publica Leticia Robles de la Rosa en Excélsior.
Si bien es cierto que casi todas las quejas –por violaciones a los derechos políticos electorales– han sido resueltas, se prevé un escenario tormentoso… y entre los ciudadanos, el sentimiento de la derrota.
Pocas veces como ahora, los contendientes se han ocupado de buscar, encontrar y exhibir las trampas de sus rivales, rebasando los límites de la difamación y la calumnia.
También está documentada la inviabilidad de la ley electoral. Trabajos como el del analista Luis Carlos Ugalde comprueban que las reglas del juego fueron hechas para romperse en temas tan delicados como el rebase de los topes de campaña.
Lo ocurrido en este proceso farragoso es un dilema legal y ético. Si se castigan las irregularidades por el uso excesivo de recursos, una buena cantidad de elecciones deberían ser anuladas. Si la ley no se aplica con rigor quedará en riesgo la legitimidad de todo el sistema electoral, comenzando por las normas y terminando con las instituciones.
Estamos ante la devaluación del voto.
Los litigios en tribunales pesarán más que los votos en las urnas ante la abundancia de irregularidades. ¿Los ciudadanos seremos sólo un mal necesario en las pugnas por el poder?. Lo único seguro es el sentimiento de orfandad frente a la hegemonía de la partidocracia…
El cielo es rojo y las nubes, negras.