Hoy se cumplen nueve meses de la noche trágica de Iguala… y no amanece.
En torno al asesinato de seis personas –tres de ellos estudiantes– y la desaparición de los 43 alumnos de la normal de Ayoztinapa, prevalecen la injusticia y la vergüenza.
Hay una verdad histórica, oficial: los normalistas fueron secuestrados, torturados, asesinados, destazados e incinerados en el basurero de Cocula, y las cenizas arrojadas al río San Juan; el crimen fue ejecutado por la banda de Los Guerreros Unidos.
“Esa verdad es mentira, cae a pedazos, esconde el apremio del gobierno por cerrar el caso y dejar en la impunidad a militares coludidos”, claman familiares de las víctimas…
Después de 270 setenta jornadas, 25 averiguaciones previas y 104 detenciones quema la incertidumbre; la investigación de la PGR aún no logra la credibilidad deseada… y menos alcanza para descifrar el misterio de lo ocurrido.
A la fecha, el Ministerio Público solo ha podido acreditar la probable responsabilidad del crimen a cinco capturados. El ex alcalde de Iguala –José Luis Abarca–, su primera dama –María de los Ángeles Pineda– y el líder de Guerreros Unidos –Sidronio Casarrubias– no han sido vinculados de manera sólida con el pavoroso caso; falta una pieza clave, un tal Cabo Gil –lugarteniente de Sidronio– quien continúa prófugo.
La tragedia de Iguala chamuscó al “cansado” ex Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam; incineró al ex gobernador Ángel Aguirre; fulminó la credibilidad del líder perredista Carlos Navarrete, quien intentó defender al impresentable alcalde de Iguala; al final, las facturas políticas se acumularon para expulsar al PRD del gobierno del Guerrero.
El Gobierno Federal también ha quedado lesionado. Desde hace nueve meses la credibilidad del Presidente de la República comenzó a caer en picada en una espiral precedida por el caso Tlatlaya y seguida por el bochornoso escándalo de la Casa Blanca de Las Lomas.
Pero así como hay víctimas políticas también hay ganadores. Innumerables grupos de oportunistas no se han cansado de acompañar a los “ayotzinapapás” para pasear los rostros de los 43 desaparecidos, disfrazando verdaderos intentos por desestabilizar al sistema.
A nueve meses de la tragedia de Iguala la herida no cierra; seguirá supurando pus mientras no se logre la justicia plena.