La edición XLIV de la Copa América arranca paralizando a todo el continente al rodar el balón
El futbol llega a Chile, un país que se había caracterizado por su calma política en comparación con sus vecinos latinoamericanos y que tuvo que entrar al quite porque Brasil pidió tiempo para preparar los Juegos Olímpicos de Río 2016.
En el rol original, tras la realización de la Copa América en Argentina 2011, tocaba el turno a Brasil, pero cayó sobre Chile la responsabilidad en 2015 para intentar dejar atrás cualquier mal entendido y presentar al continente una de sus mejores versiones.
Será la XLIV edición de la Copa América, el torneo más viejo que sigue en vigencia. El año entrante habrá una edición especial por los 100 años y se disputará por primera vez una justa de todo el continente mezclando Conmebol y Concacaf.
Argentina, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay reúnen a varios de los mejores futbolistas del planeta. Siete de los participantes de la última final de la Champions se reencontrarán en el torneo: Pereyra, Tévez, Vidal, Bravo, Messi, Mascherano y Neymar. Estos jugadores harán un paréntesis en sus carreras para acudir a la cita con más espíritu amateur que profesional.
Algo de especial tiene este torneo que representa más para los sudamericanos que la Eurocopa para los europeos, es una cuestión de catarsis y de orgullo, pero también de relaciones entre pueblos que a diario batallan con cientos de problemas; en ese aspecto, la Copa abre como en cada edición un canal de tregua.
En lo deportivo, los favoritos tienen la etiqueta puesta desde hace tiempo: Brasil y Argentina son siempre los gigantes, pero en esta edición en particular y por el Mundial tan latino que se vivió el año pasado en Brasil, hay otros combinados nacionales que invitan a la competitividad como Colombia, Ecuador, Uruguay y, sobre todo, Chile, que tiene ventaja de ser local.
Chile es un país futbolero. La gente trabajadora y ansiosa sigue con fuerza las noticias de la roja que maravilló sus corazones en el Mundial.
Se recuerda el himno cantado a capella en Río de Janeiro contra los españoles en el estadio Maracaná y el disparo de Pinilla en los octavos de final contra Brasil que sacudió el larguero.
Chile vive de los recuerdos y de la esperanza del quizá o el hubiera. Aún así se fundamentan en el trabajo de Jorge Sampaoli que recogió el fruto de Marcelo Bielsa, su antecesor, para generar un esquema de futbol que ayude a su localía para ganar la Copa, la que nunca han conseguido.
México, en cambio, tiene el grave problema de otra participación conflictuada por los intereses de una competencia alterna como la Copa Oro.
Emparedado el Tri entre dos confederaciones, una que le reditúa dinero y otra que le aumenta el nivel futbolístico, Miguel Herrera debió compactar al equipo y soslayar a sus mejores jugadores para mandarlos en julio a la competencia de Concacaf.
Por lo tanto, se quedó con una selección de jugadores de segundo nivel para la Copa América y con ello, tratar de borrar el penoso episodio de Argentina 2011, la peor versión de la verde en el torneo.
La Copa América encierra sentimientos muy profundos para los aficionados mexicanos. Nunca se olvidará que un torneo así salvó en gran parte al futbol nacional con la participación en Ecuador 1993.
México venía de ser sancionado por el problema de cachirules y su ausencia en el Mundial de Italia 1990 cimbró todas las estructuras.
Era una selección que ni vendía ni competía hasta que jugó la Copa América con un cuadro que hoy en día, muchos aficionados se saben de memoria. Ese equipo tuvo el impulso para conseguir el boleto al Mundial de 1994, pero con los años se le dejó de dar prioridad a un torneo que merece todo el respeto.
Fuente: Excélsior