Los detectan en mercados de Honduras; fungen como usureros. Cobran hasta 20% de interés al día a comerciantes y locatarios
Con pistolas al cinto y protegidos por sus guardaespaldas, mexicanos y colombianos impecablemente vestidos y con maletines repletos de dinero en efectivo asidos con fuerza a sus manos, recorren a diario los peligrosos mercados callejeros de Comayagüela, el más importante y populoso suburbio a las afueras de Tegucigalpa.
A bordo de lujosos automóviles blindados, los ya cotidianos visitantes extranjeros cobran deudas pendientes o buscan potenciales clientes para prestarles dinero y blanquear recursos ganados principalmente en el contrabando de drogas.
El presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández, lanzó la semana anterior la primera alerta al revelar que órganos estatales de inteligencia corroboraron la presencia de usureros mexicanos y colombianos en los mercados con mochilas rebosantes de dólares y lempiras —moneda hondureña— en efectivo.
En un país con frágiles controles bancarios y de otros instrumentos financieros, la vía del lavado es sencilla: los prestamistas inyectan grandes cantidades de dinero en los mercados populares por la vía de préstamos y las encubren con miles de transacciones diarias de la economía informal hondureña con actividades legales de supuestos servicios generales de comercio, transporte, compra y venta de bienes y múltiples mecanismos cotidianos para luego insertarse en la economía formal y en cuentas bancarias sin control.
Urgidos de recursos frescos rápidos para operar, comerciantes y arrendatarios de los mercados aceptan endeudarse bajo condiciones onerosas, con intereses diarios de hasta 20%.
Los prestamistas foráneos desplazaron a los hondureños y ahora pasan en las mañanas a entregar dinero a comerciantes y por la tarde van a cobrar.
Los deudores sólo pueden ofrecer su vida o desprenderse de sus locales como garantía de pago si se niegan a cancelar la deuda o no puedan honrarla. “La población, en su necesidad, se deja engañar por estas bandas”, lamentó Nolasco.
Fuente: El Universal