Tras enfrentar la oposición familiar, el filme debutó sin dejar al descubierto ningún nuevo antecedente sobre la cantante británica.
El documental Amy llegó a Cannes precedido de una gran polémica por el rechazo de su familia, que lo tilda de engañoso, pero en su primera proyección hoy, recibida con frialdad, mostró simplemente el retrato de una persona con un talento descomunal pero tremendamente influenciable.
Amy Winehouse, fallecida en 2011 a los 27 años, aparece como una joven con un amor muy fuerte por la música, consciente de un talento que no sabe gestionar y con muchas carencias emocionales debido a la falta de rigor en su educación por parte de su madre -ella misma reconocía que no había sido suficientemente estricta-, al abandono por parte de su padre, y a la dependencia patológica de su marido, Blake Fielder-Civil.
Todo ello, unido a una tremenda fragilidad y vulnerabilidad, hicieron de la cantante y compositora británica un objetivo fácil del abuso de su entorno, que se centraba básicamente en explotar económicamente su talento.
Aunque el documental -dirigido por el británico Asif Kapadia- también muestra a sus amigas de la infancia -Juliette Ashby y Laurent Gilbert- o su primer representante, Nick Shymansky, que en varios momentos expresan su impotencia e incapacidad para ayudar a Amy.
Porque la película está narrada casi enteramente de forma cronológica, desde la fiesta del 14 cumpleaños de una de sus amigas hasta el día de su muerte, se mezclan imágenes de la vida privada y pública de la cantante con testimonios -en su mayoría en voz en off- de las personas más importantes para ella.
Sus padres, Janis y Mitchell, su marido, sus amigos de infancia, los responsables de las discográficas que la contrataron -Lucien Grainge de Universal o Chris Blackwell, de Island Records-, miembros de su banda como Ian Barter, el productor Sallam Remi o artistas como Pete Doherty o Tony Bennet, dan sus opiniones sobre Amy.
Fuente: El Universal