De entrada pido perdón querido lector por escribir este personalísimo artículo que amablemente semana a semana alberga José Cárdenas en su página, pero mi madre cumple 90 años y no es poca cosa.
Un día mi padre me pidió que investigara si su computadora era obsoleta, así que la abrí y me encontré que el encabezado con que personalizaba su PC era “estoy solo en el mundo”.
Me intrigó que alguien con 13 hijos, 21 nietos y 12 yernos y nueras se sintiera solo. Me puse a averiguar y es uno de los grandes temas de la literatura: el ser humano nace solo y muere en perfecta soledad. Gabriel García Márquez llamo ese mágico, colorido y maravilloso mundo de Macondo, Cien años de soledad, porque finalmente somos tan solo nosotros y nuestros actos.
Hoy día aturdimos nuestra soledad con ruido: de la televisión por cable, del Internet, la web, el teléfono celular que pretende dejarnos sin privacidad, ni individualidad. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz escribe que los hombres sentimos vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad
La muerte es un acto íntimo y en solitario, igual que nacer y tomar una primera bocanada de aire. Son, además, actos perfectamente naturales e inevitables.
Carmela es la gran mujer que fue a lado del hombre, Raúl mi padre. Ahora que por casi tres años ha estado sin su presencia física y le extraña minuto a minuto, se ha tornado pilar de nuestra tribal familia.
Mi madre y mi padre se conocieron en la secundaria. Se hicieron novios en un baile un día de la raza. Cuando mi padre fue confinado a una cama en urgencias en el Hospital de la Nutrición debido a un derrame cerebral, mi madre le platicaba menudita, muy delgadita, pequeñita casi minúscula a lado de su cama con un tapabocas matizando sus palabras, tomándole de la mano y acariciando su cara: “Te acuerdas Raúl hace 61 años nos hicimos novios en una tardeada, bailando como a ti te gustaba”. Así que Bul fue el único hombre de su vida, el padre de sus hijos.
Un magnífico proveedor, una persona que no hizo más que trabajar por él y por nosotros sus hijos. Mi madre me decía cuando cumplieron 50 años de casados, “no supe lo que era el amor hasta que tuve hijos. Con mis hijos sentí el amor verdadero. Eso debo agradecerlo a Dios y a tu padre”.
Por supuesto que le he preguntado a Carmela, mi madre, si tiene miedo a morir. Ella me dice que no y que esta muy satisfecha con su vida y en paz con su conciencia. Si algo le inculcaron mis abuelos fue la honradez, la congruencia y el amor por los demás.
“Hace muchos años mi hijo mayor, muy pequeño de edad, me preguntaba si hoy era mañana. La pregunta primero me pareció absurda, pero en cuanto capté su sentido, me fascinó su paradoja: que ria saber si hoy es el futuro de ayer. El día anterior le había prometido ir a pasear a Chapultepec. Si -le contesté- hoy es mañana, y fuimos de paseo.
A partir de ahí pienso con frecuencia en esta paradoja, aunque para que exista un mañana debe de existir una diferencia con el hoy. Si esta diferencia no existe, sigue siendo hoy. Mañana es un vocablo misterioso, una palabra cargada de esperanza y temores.
Su significado atrae y repele, ilumina y ensombrece. En todo caso llegará siempre, fatalmente. Sabemos que mañana la Tierra dará vuelta sobre si misma y será igual que los miles de millones de años que le preceden desde que le dio por dar vueltas. Sin embargo todo mañana cuenta con una serie de actos desconocidos, impredecibles que nos acometen sin aviso previo y que transforman nuestras vidas. Como la muerte de mi nuera Bertina.
Así un día mi nieto Juan Carlos se fue, sin previo aviso con Enna su otra abuela y nos dejaron rasgado el corazón. Hoy somos un suspiro y mañana seremos nada. No respiraremos más. Hoy son flores y mañana hojarasca.
Una mañana nos despertamos con la noticia que nos demandaban porque la construcción del edificio del laboratorio de mi marido, había “dañado” el edificio de al lado. Nuestro abogado, un muy amigo de mi marido, nos vendió. Nos enteramos un viernes mientras comíamos.
Mi marido tras dos años de intensa lucha contra las neumonías y fiel a si mismo, siendo ejemplo para sus hijos, se nos fue sin despedirse. Desde entonces no ha habido para mí un mañana, desde entonces nada cambia para mí. Sin embargo las sorpresas y los imprevistos me siguen acometiendo.
Todavía no llega el domingo, el día del Señor. Sin embargo mi profunda fe religiosa me hace saber que cada día es día del Señor y que somos afortunados de estar vivos gracias a su infinita misericordia.
No llega el mañana distinto que espero ilusionada. Los días se han atascado, y hoy no cambia de ser hoy porque no llega el mañana que espero llena de esperanza para la trasformación que hasta ahora se ha pospuesto. Sé que en ese mañana algo bueno me sucederá, sé que no falta mucho y lo espero. Aunque estoy llena de trabajo, de imprevistos y miles de obstáculos se atraviesan y lo retrasan; se que mañana cuando llegue el día distinto al hoy de todos los días, mis problemas de soledad quedarán resueltos.
Ese día se colmaran mis ilusiones. Estoy muy conciente que mis facultades han aminorado, yo no puedo a ratos escarbar en mi memoria lo que he vivido durante 90 años. Muy largos los últimos cinco. A ratos dejo reposar la maquinaria de la memoria.
Cada mañana me pregunto si hoy es el mañana que tanto he esperado, el del cambio definitivo. Y en mi fe en Dios sé que pronto llegará, ya escucho sus pasos cercanos”.
Carmela es una mujer de lujo. Derrocha su tiempo y te lo regala sin remilgos. Te escucha con paciencia y resuelve los conflictos con claridiosa sencillez y una sopita de verdura.
Siempre reparte leche y oídos, miel y hojuelas, es sobre todo amorosa. De su madre sonorense aprendió la tenacidad, la terquedad hasta el cansancio y vuelta a empezar. De su padre el gobernador la honradez, los valores absolutos y el amor inmenso.
Su madre fue un apoyo constante, una presencia fuerte y confiable. Su padre el amor y el ejemplo de rectitud. Carmela, mi madre es amor, solo amor que derrocha con generosidad. Con mi madre tengo una complicidad sin límites, una absoluta confianza y es una fortísima presencia aún a la distancia.
Mi padre se enojaba porque le daba dinero para zapatos y ella expedita lo repartía entre sus 13 hijos. Al volver en la tarde mi padre encontraba a mi madre con los mismos zapatos agujereados. Sabía y sé de cierto que puedo contar con ella, que siempre tendré un consejo, una fe infinita en Dios y su apoyo incondicional. Sé que cada uno de nosotros lo sentimos igual, en mayor o menor medida.
Es por ello que quise regalarle lo que sé hacer, mi oficio de carpintero con las letras para celebrar su vida, celebrar que me regaló la mía, la de mis 12 hermanos, la de sus 21 nietos y 2 bisnietos, y un amor profundo como el mar azul turquesa en el canal de Yucatán. Gracias Carmela por mis 58 años y, Feliz cumple!!!