Las organizaciones internacionales señalan como responsable al Gobierno del entonces presidente, Goodluck Jonathan, a quien siempre se le reprochó el abandono del norte del país, donde reside la mayoría de su población musulmana, citó Efe.
«Su Gobierno falló en la prevención de estos crímenes, en su persecución y en la protección de las víctimas», censuró en un comunicado el director la Federación Internacional para los Derechos Humanos, Karim Lahidji.
«El nuevo presidente tendrá que hacerlo mejor y más rápido», demandó, en alusión al vencedor de las recientes elecciones, Muhamadu Buhari, quien aún no ha tomado posesión.
Pero transcurrido un año, y dada la naturaleza de sus captores, parece poco probable que el nuevo mandatario pueda hacer algo por unas niñas que perdieron su libertad, y quien sabe si su vida, en una escuela de Chibok.
Desaparecieron durante las primeras horas del 14 de abril de 2014, cuando medio centenar de hombres armados llegaron en camionetas e irrumpieron salvajemente en el centro educativo.
Esta vez, en lugar de asesinar a profesores y alumnos mientras dormían -como sucedió en otras acciones de Boko Haram-, decidieron capturar a las niñas.
Después de aquel asalto, solo se las vio una vez más a través de un vídeo difundido por el grupo terrorista, que anunciaba que iba a venderlas como esposas en diferentes países africanos.
Las imágenes alarmaron a gobiernos como los de Estados Unidos y Gran Bretaña, que entraron en liza para intentar localizar y rescatar a las escolares apoyando a un maltrecho Ejército nigeriano y a su desinteresado Gobierno.
Pero la ayuda militar internacional, auspiciada por la célebre campaña en redes sociales «BringBackOurGirls» («Traed de vuelta a nuestras niñas»), fracasó progresivamente.
El Gobierno de Barack Obama envió aviones no tripulados, desplazó a decenas de expertos y cedió cámaras capaces de captar movimientos en la selva, pero el resultado ha sido nulo.
La búsqueda de las niñas comenzó tres semanas después de su desaparición, lo que, en un entorno sociogeográfico como el de Nigeria, es demasiado tiempo para encontrar un rastro.
Desde entonces, solo ha habido engaños y falsas esperanzas para sus familias.
El 23 de septiembre del pasado año, un portavoz del Ejército nigeriano anunció que un numeroso grupo de niñas había sido liberado, pero una hora más tarde se retractó.
Un mes después, el Gobierno -con la vista puesta en las elecciones generales de febrero, que finalmente perdería- fue más allá y anunció un acuerdo de alto el fuego con Boko Haram que incluía la inminente liberación de las menores.
El grupo yihadista siguió cometiendo atentados, cada vez con más frecuencia, y las menores nunca fueron puestas en libertad, algo que aclaró la sospecha generalizada: que el anuncio solo respondía a intereses electorales.
«El asunto de las niñas está olvidado porque hace tiempo que fueron casadas», dijo el líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, en un vídeo.
CU